Se han dado muchas explicaciones para explicar el
declive y caída del Imperio Romano, pero uno de los factores menos
evidentes y que al parecer tuvo un destacado papel en la perdida de
valor del numerario, el desplome del poder adquisitivo de sus
ciudadanos –todo ello denominado inflación- y en la crisis de
confianza en las instituciones del Estado Romano, vino causado por el
incesante flujo de capitales fuera de las fronteras del Imperio cuyo
destino principal era el Lejano Oriente. Los mercaderes pudieron ser
quizás más letales que las hordas de bárbaros cabelludos a galope
tendido y armados de pesadas espadas.
Algunos historiadores citan concretamente como punto
de arribada de este río de dinero, a los emporios comerciales del
sub-continente indio, cuyos comerciantes sólo admitían pagos en
metales preciosos a cambio de sus exclusivos y demandados productos.
La refinada élite romana bajo imperial, tan sedienta de lujos como
nosotros de petróleo, pagaba su peso en oro y plata por las sedas,
las especias y los perfumes de Oriente. Y el Imperio acabó endeudado
y descapitalizado.
¿No les suena? Últimamente han saltado a las
páginas de los diarios, a los foros de Internet y a las preocupadas
tertulias de muchos, la enorme importancia que han adquirido los
denominados “fondos soberanos” casi todos asiáticos, comenzando
por los domiciliados en los lujosos palacios de Arabia, en el río
revuelto de los mercados de valores.
Son ya a día de hoy los propietarios de un buen
porcentaje de los activos –de la riqueza- que se pueden comprar y
vender en los mercados de capitales, sobre todo en el del Imperio de
hoy. Occidente, con su principal superpotencia a la cabeza, está
endeudado hasta las cejas, para poder financiar el desaforado nivel
de consumo de sus millones de ciudadanos. Lo que en tiempos del
Imperio Romano, consiguieron unos pocos “potentiores” lo hacemos
ahora entre todos. Si no, miren cada uno en sus casas: desde un
tenedor, pasando por los juguetes de nuestros hijos, hasta el más
sofisticado aparato electrónico, lleva el inevitable sello de “made
in China”. Y claro está, ahora estamos de liquidación y nuestro
oro y nuestra plata han acabado precisamente allí.
Parece ser que al final la Historia se repite en el
fondo, aunque nunca en la forma.
LAS ZONAS OSCURAS DE LA HISTORIA Y LA COMPRENSIÓN DE LA ACTUALIDAD A TRAVÉS DE LA HISTORIA.
28 de enero de 2008
Sobre iconoclastia y fronteras culturales.
Al hilo del post anterior, ¿por qué no debería
haberme sorprendido tantísimo Orhan Pamuk en su novela?
En primer lugar, la sorpresa más difícil de explicar es el tabú de la representación de la figura humana, siguiendo al Islam más estricto, que deviene de la iconoclastia.
Deviene de la iconoclastia así como el Islam deviene del tronco monoteísta que comparten el judaísmo y el cristianismo.
Cuando ponemos en un buscador la palabra “iconoclastia” casi todos los resultados nos remiten exclusivamente a las convulsas controversias religiosas acaecidas en el seno del Cristianismo tan solo en el Imperio Bizantino. Y sólo en un periodo muy concreto –los siglos VII y VIII d.C. - en el cuál cobraron enorme relieve y cuando incluso esta facción religiosa llegó a imponerse allí temporalmente.
Temporalmente, digo, en lo que iba quedando de Imperio, ya que es curioso que en las extensas zonas de Oriente y Norte de África que ya habían pasado a manos del Islam, el movimiento iconoclasta gozaba –y goza- de buena salud, ya que la prohibición del culto a las imágenes es uno de los rasgos definitorios del Islam. Y de su arte.
Pero también en nuestro arte se alternan desde la Edad Media periodos recargados, con periodos austeros. Y si hablamos de arte, estamos hablando de religión(es) y de la decoración de los centros de culto que son principalmente las iglesias, donde la iconoclastia ha acabado imponiéndose, como un insidioso silencio visual, en las iglesias protestantes.
Claro, como del Imperio Bizantino de algún modo hemos olvidado que fue el continuador de nuestro Imperio Romano y como además es un Imperio que finalmente desapareció para albergar un Imperio islámico...
Pues eso. Que al poner fronteras a la Historia perdemos la perspectiva y al perderla quedan zonas de sombra. Zonas oscuras en la Historia.
En primer lugar, la sorpresa más difícil de explicar es el tabú de la representación de la figura humana, siguiendo al Islam más estricto, que deviene de la iconoclastia.
Deviene de la iconoclastia así como el Islam deviene del tronco monoteísta que comparten el judaísmo y el cristianismo.
Cuando ponemos en un buscador la palabra “iconoclastia” casi todos los resultados nos remiten exclusivamente a las convulsas controversias religiosas acaecidas en el seno del Cristianismo tan solo en el Imperio Bizantino. Y sólo en un periodo muy concreto –los siglos VII y VIII d.C. - en el cuál cobraron enorme relieve y cuando incluso esta facción religiosa llegó a imponerse allí temporalmente.
Temporalmente, digo, en lo que iba quedando de Imperio, ya que es curioso que en las extensas zonas de Oriente y Norte de África que ya habían pasado a manos del Islam, el movimiento iconoclasta gozaba –y goza- de buena salud, ya que la prohibición del culto a las imágenes es uno de los rasgos definitorios del Islam. Y de su arte.
Pero también en nuestro arte se alternan desde la Edad Media periodos recargados, con periodos austeros. Y si hablamos de arte, estamos hablando de religión(es) y de la decoración de los centros de culto que son principalmente las iglesias, donde la iconoclastia ha acabado imponiéndose, como un insidioso silencio visual, en las iglesias protestantes.
Claro, como del Imperio Bizantino de algún modo hemos olvidado que fue el continuador de nuestro Imperio Romano y como además es un Imperio que finalmente desapareció para albergar un Imperio islámico...
Pues eso. Que al poner fronteras a la Historia perdemos la perspectiva y al perderla quedan zonas de sombra. Zonas oscuras en la Historia.
25 de enero de 2008
Iconoclastia y tradición cultural.
Estos días he estado leyendo la novela
del escritor turco Orhan Pamuk “Me llamo Rojo”. La trama es en
principio sorprendente, vista hoy desde mi orilla del Mediterráneo,
y es sobre el porqué de mi sorpresa de lo que quiero hablar.
En el siglo XVI un grupo de
ilustradores reciben un encargo secreto del Sultán: “El Sultán
Escudo del Mundo quería demostrar en el milenario de nuestro
calendario que tanto él como su estado podían usar las maneras de
los francos tan bien como ellos mismos”.
A pesar del secretismo y de que los
ilustradores trabajan separados en sus casas, uno de los miembros del
selecto grupo aparece salvajemente asesinado en el fondo de un pozo.
¿Cómo se entiende?
Parece ser que el encargo no sólo:
1.-Violaba las reglas del Islam más
estricto, sino que
2.-también atacaba la rígida
tradición de los ilustradores de aquel ámbito cultural, ancladas en
la copia de modelos de antiguos maestros.
Uno de los protagonistas había viajado
a Venecia como embajador del Sultán y confiesa como arrepentido que
mirando una galería de cuadros “Un día me encontré una pintura
en la pared de un palacio que me dejó estupefacto. Ante todo la
pintura era la imagen de alguien, de alguien como yo. Era un infiel,
por supuesto, no uno de los nuestros. […]Los maestros italianos
habían descubierto métodos y técnicas para poder diferenciar a un
hombre cualquiera de los demás, no gracias a sus ropas y a sus
condecoraciones, sino a los rasgos de la cara. A eso se le llamaba
retrato.”
Más adelante, Pamuk pone de manera
reveladora, en boca de un árbol pintado en una hoja perdida, que
estaba destinada a formar parte de un libro: “Estos pintores
francos pintan de tal manera las caras de sus reyes, sacerdotes,
señores, e incluso señoras, que si miráis la pintura luego
podríais reconocerles por la calles.[…] Pintar según las nuevas
formas requiere tanta habilidad que si reproduces uno de los árboles
de este bosque cualquier curioso que viera la pintura y luego viniera
hasta aquí debería poder diferenciar ese árbol de los otros si
quisiera”. La sola idea de verse así representado horroriza al
árbol “…no porque tema que de haber sido pintado a la manera de
los francos todos los perros de Estambul […] se me habrían meado
encima. Sino porque yo no quiero ser un árbol si no su significado.”
Queda patente pues la distancia
cultural que por entonces ya existía entre el entonces militarmente
poderoso y expansivo Imperio Otomano que llamaba a cañonazos a las
puertas de Europa y los Reinos y Estados europeos, inmersos en pleno
Renacimiento.
Pero bien pensado lo que realmente es
sorprendente es mi propia sorpresa, pues se debe quizás a que
aprendemos más historia nacional, o de lo que consideramos nuestro,
y no de nuestra cultura, a la que tendemos a poner fronteras.
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