25 de abril de 2008

LAS CRÓNICAS DE UNA ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 5.

(...sigue...)
Los montañeses venían siendo una constante molestia desde hacía muchos años. A aquellas gentes rudas, de cuerpos enjutos y piel ennegrecida, la falta de lluvias suficientes les impedía el cultivo de sus bancales en las laderas y las zonas del interior que ya estaban bajo su control, habían quedado yermas. El hambre que brotaba de la tierra que se había tornado de color ocre, había animado la inestabilidad en sus poblados y sus ataques eran cada vez más frecuentes y difíciles de controlar. Incluso en las zonas costeras antaño fértiles, escaseaba el agua en los canales de riego y la superficie de pastos aprovechables, tan siquiera por las cabras, era cada vez menor. El sol agrietaba hasta las piedras de los muretes de separación de sus estrechos campos. La operatividad de las patrullas de caballería germana, acantonadas sobre todo en Tingis y Septem para el control y seguridad de la Provincia, se había visto muy reducida debido a que se hacía necesario acarrear una pesada provisión de agua para no quedar totalmente a expensas de los mermados y cada vez más escasos pozos y arroyos y poder así llegar a muchas zonas alejadas cuando estaban en peligro.
Por su parte, la población de la Provincia Tingitana vivía literalmente arrinconada contra el mar por la sequía y los salvajes mauri, en unas pocas ciudades fortificadas, dependiendo prácticamente de los suministros de la Bética. Los Reyes godos mantenían un fuerte contingente militar allí de manera permanente a modo de limes, precisamente para tenerlos a raya y así proteger el sur de Spania de sus ataques, pues sus costas podían quedar al alcance de sus correrías. Eso ponía en manos del gobernador militar de la provincia, el Dux, una potente fuerza punitiva.
En la Península el clima también se había tornado hostil y la sequía y el hambre, agravados por los conflictos y luchas por detentar el poder, sumían al país periódicamente en el caos. El poder político se fragmentaba y las gentes, desesperanzadas, buscaban consuelo y refugio en la religión, en las religiones más bien. Mientras, los Obispos y otros cabecillas religiosos, intrigaban y peleaban como lobos por ver quién había de pastorear el atribulado rebaño.
Cuando Táric fue enviado a Tingis por Witiza, de eso hacía ya cinco años, dio gracias al Dios único y verdadero por verse alejado definitivamente de las sangrientas intrigas cortesanas. Su talante de soldado y el peligro que corrían él mismo y su familia a la sombra del poder, le hicieron preferir las campañas militares en el norte, en la insumisa Wasconia. Hasta allí le acompañaban siempre su mujer y su hija desde bien pequeña, de campamento en campamento, pasando las invernadas en Victoriacum , cercados por la nieve. Entonces forjó su prestigio de guerrero, asegurando los pasos de montaña para proteger los valles y defendiendo a sus habitantes de la furia incontrolada de los pobladores de las agrestes sierras.

[1] Tingis era la ciudad de Tánger, en el norte de Marruecos y Septem es Ceuta, ciudades ambas de las Provincia Tingitana, una de las provincias del Reino Visigodo.
[2] Victoriacum es el nombre con que los godos fundaron Vitoria.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

23 de abril de 2008

¿Por qué los súbditos no obedecieron a su Rey? Según “El libro” de Jaume Galobardes.

Entonces como ahora, Santa Coloma de Gramanet era un pueblo marcado para bien o para mal por su cercanía con la ciudad de Barcelona. Aunque estaba bien separada y delimitada por el río Besós para los asuntos y trasiegos habituales, el cual tan sólo podía ser cruzado por un puente que era poco más que una pasarela de madera, no pudo sin embargo quedar al margen de los dramáticos acontecimientos que se producirían en la Ciudad Condal y sus alrededores a raíz de la entrada de las tropas napoleónicas. Y sus sencillos habitantes se vieron, quizás por primera vez desde las ratzias de Almanzor, encarados con el peligro en primera fila de la Historia.
Jaume Galobardes, labrador y tratante de vinos de la población nos relata en su “Libro” que los franceses entraron en la ciudad de Barcelona el día 12 de febrero de 1808, y les dejaron que tomaran los puntos fuertes…”. Seguidamente distribuyeron pequeñas guarniciones por los contornos para ocupar el país y mantener abiertas las vías de comunicación, sobre todo con Francia.
Nuestro cronista, no sólo nos da conocer estos hechos sino que además nos transmite el estado de ánimo de la gente ante tan inusitados sucesos, pues los franceses tomaban posesión de la plaza y sus defensas ¡por orden del Rey de España Carlos IV!, que había puesto no sólo su Reino sino la vida de su persona y la de su familia en manos del Emperador de Francia.
Así nos refiere que El pueblo estaba cada vez más descontento por haber dejado que entraran la tropas de Napoleón” y que “…pensaba que habíamos sido vencidos y engañados”. Esta calma tensa se mantuvo hasta que llegaron las noticias de los sucesos del 2 de mayo en Madrid y en ese momento comenzó a declararse la abierta desobediencia de los súbditos a la orden de su Rey. La decisión de entregar el país a una potencia extranjera, supuesta aliada de España en aquel momento, no sería admitida de ningún modo por el pueblo, espoleado además, desde el púlpito, por la Iglesia Católica, guardiana de la conciencia de la Nación y de sus propios intereses y que había logrado hasta aquel momento preservar las mentes y los espíritus de la amenaza que representaba la contaminación laica de la Revolución Francesa.
Las tropas ocupantes, por su parte, no hicieron demasiado por atraerse partidarios, ni los saqueos y destrucciones de iglesias y monasterios ni los desmanes que cometieron contra la población, contribuyeron a ello. Los soldados se veían obligados a vivir sobre el terreno, robando y extorsionando. Cometieron innumerables excesos contra personas y haciendas, y por ello la gente no dudó en enfrentarse y engrosar las filas de los sublevados. De ahí la desobediencia generalizada. Según nos explica Galobardes la gente no se dejó engañar, y en los pueblos empezaron a organizar los somatenes, mandándolos allí donde había alguna guarnición de franceses…”.
Concretamente Cataluña, contaba con milicias populares, que se organizaban de manera irregular por los paisanos cuando el estado de alarma lo requería. Lo mismo para enfrentarse y dar caza a los bandoleros que para defender el país de una invasión, estos pequeños grupos de guerrilleros, poco eficaces a la hora de enfrentarse directamente a un ejército organizado, se convirtieron en una verdadera pesadilla para las tropas francesas, incapaces de mantener el control de las zonas rurales durante todo el tiempo que duró la ocupación.
Con esta situación, la táctica de los franceses, se basaba en mantenerse a salvo dentro de las murallas de Barcelona, a donde habían replegado sus guarniciones ante los incesantes ataques y en hacer salidas punitivas por los alrededores, quemando, matando y robando. Es precisamente la privilegiada situación de Santa Coloma respecto a Barcelona y su orografía, lo que hace que en sus inmediaciones se sitúe el campamento de uno de los más destacados cabecillas de la guerrilla: Francisco Milans del Bosch. Y que para su desgracia se convierta en un reiterado objetivo del punto de mira de los fusiles modelo “Año IX de la Revolución”, usados por los ejércitos de Napoleón durante sus campañas.

EN BREVE: 
*La Guerra de la Independencia contada de primera mano: La batalla de Santa Coloma.
http://historia-por.blogspot.com/2008/05/la-guerra-de-la-independencia-contada.html

TAMBIEN EN ESTE BLOG:
*¿Por qué los súbditos no obedecieron a su Rey? Según “El libro” de Jaume Galobardes.
http://historia-por.blogspot.com/search/label/Santa%20Coloma%20de%20Gramanet


18 de abril de 2008

LAS CRONICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 4.

CAPITULO II: Año 711, mes de mayo.




“En nombre del Señor de Dios sólo hay un Dios sabio no hay otro parecido a Dios”.

Táric repetía mentalmente como un mantra una y otra vez esa frase. Para darse ánimo, para alejar los temores, para infundirse valor. Para apartar de su mente la angustia de la espera. Miraba impaciente al horizonte desde hacía cuatro días, esperando en aquella playa. Al fondo podía ver como una sombra, la otra orilla. Las costas de la Bética se recortaban oscuras, a la luz de la madrugada, como oscuro había sido el destino del Reino desde la muerte de Witiza , Rey de Spania, Rey de los Godos.
Sostenía en su mano una moneda orlada con el mismo lema: era la moneda que le había hecho llegar un mes antes su cuñado el obispo Oppas desde Ispali . Nada más, sólo una moneda, esa era la señal que acordaron cuando sellaron su pacto con los hijos de Witiza. Ahora esperaba a que amainase el viento de levante, que coronaba las aguas del mar con penachos de espuma blanca, para poder cruzar. Muchas otras monedas como aquella habrían ido ya a parar a las ávidas bolsas de los navegantes de Gades , los únicos que podían pasar un ejército al otro lado. Su flota de bajeles y barcazas hacía de aquellos comerciantes los verdaderos dueños de las llaves del Estrecho. Así había sido siempre desde tiempo inmemorial. Así fue durante el largo Imperio de Roma, lo fue antes y continuaría siendo de este modo mucho después.
Esa misma tarde, casi al anochecer, doscientos hombres a caballo, una thiufa de godos de su guardia personal, asegurarían una cabeza de playa casi al pie del peñón de Calpe , estableciendo un campamento y empezando el pillaje de los alrededores, sobre todo con el objetivo de conseguir más monturas, difíciles de llevar por mar. Una fina llovizna caía sobre la zona cuando este primer contingente de jinetes cabelludos empezó a atacar las aldeas y villas de la zona, evitando las poblaciones mayores y por ello encontrando muy poca resistencia. El resto, hasta siete mil, serían transportados en oleadas durante los siguientes dos días, protegidos ya desde la otra orilla en su expuesto desembarco. Un millar de esos guerreros, eran mauri paganos de las montañas de la zona sur de Tingitania. Con los cabecillas de aquellos le fue conveniente a Táric ratificar de nuevo pactos que dejasen la provincia a salvo de depredaciones y sus espaldas cubiertas hasta el regreso. El pago por los mercenarios y su participación en el esperado botín, fueron también parte del acuerdo, ventajoso para todos, pues Táric Dux godo de Tingitania necesitaba de esos refuerzos para acometer a los enemigos de su partido en la Península.

[1] Táric pudo ser gobernador godo de la Provincia Tingitana (en el actual norte de Marruecos) y no un jefe bereber.
[2] Witiza fue el penúltimo rey visigodo, a su muerte en 710, le sucedió Róderic (Don Rodrigo), elegido por un grupo de nobles y con el apoyo de la jerarquía eclesiástica, en lugar del hijo de aquel, Agila que se proclamaría asimismo Rey en la Tarraconense.
[3] Ispali es el nombre visigodo de Sevilla, que con anterioridad fue la Hispalis romana.
[4] Gades es la actual Cádiz.
[5] Cuerpo de ejercito godo.
[6] Al peñón de Calpe se le denomina hoy en día Peñón de Gibraltar, en honor precisamente de Táric.

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.


(continuará... el viernes 25 de abril)

15 de abril de 2008

El “Libro” de Jaume Galobardes, el Doctor Vilaseca y los historiadores encadenados de Sta. Coloma de Gramanet.


Si tenemos la suerte de conocer los acontecimientos que hace justo doscientos años alteraban la quietud del que por entonces era un pequeño pueblo de los alrededores de Barcelona, es gracias a la insólita existencia de un peculiar cronista, labrador y tratante de vinos por más señas, que se llamaba Jaume Galobardes.
A este, sin duda peculiar personaje, uno como tantos otros de los habitantes de la población, tenemos que agradecerle que fuera poniendo por escrito los pormenores de aquellos sucesos que le iban llamando la atención. Los fue recopilando en un “Libro” que gracias al cuidado de sus descendientes ha podido llegar hasta nosotros para que podamos conocer “desde dentro” retazos de la vida y las preocupaciones de los parroquianos de la Santa Coloma de Gramanet del s. XIX.
Y no sólo es interesante mucho de lo que nos cuenta, sino que al igual que ocurre con todos los historiadores-cronistas desde el griego Tucídides (no en vano uno de los padres de la Historia, junto con Herodoto) y que como tales tuvieron vivencia y participación directa en los hechos que narran, nos brinda además la ocasión de analizar cómo el propio cronista se sitúa y participa de los acontecimientos. Y esto no es un tema menor ya que a menudo estudiar un acontecimiento histórico es como mirar un cuadro.
Por un lado está el relato de los sucesos, es decir, la propia descripción, lo que está plasmado en el lienzo sin más. Pero podemos ver más allá, podemos analizar los colores, la composición, la motivación y el contexto de la obra. Las técnicas empleadas. Incluso los materiales, los soportes y los pigmentos.
De todos modos es de recibo que yo mismo reconozca que jamás he tenido en mis manos el “Libro” del Señor Galobardes y que és a través del libro de otro curioso historiador aficionado de la misma población, el Doctor Vilaseca -Doctor en medicina-, autor de la obra de cabecera de la historiografía colomense, que puedo hacer mención tanto al cronista Galobardes como a los sucesos del siglo XIX en la población.
Es bien curioso que una de las fuentes principales del libro del doctor sea el libro de un agricultor. Se trata pues de un encadenamiento histórico. El hecho venturoso de que se nos presente tan excéntrico cronista decimonónico, pues no se trataba de una persona de letras, ni importante, ni relevante en los hechos, es en si mismo de enorme interés pues pocas veces podemos conocer la Historia a través de la mirada de una persona del “vulgo pueblo”.
Bueno, hasta hoy en día que la existencia de los blogs permiten que cualquier hijo de vecino podamos arrebatarnos por escrito, inspirados por la musa Clío. En el fondo Galobardes, debía ser más que un historiador, un blogger por anticipado.
                                       El Dr. Joan Vilaseca i Segalés, historiador de Sta. Coloma



EN BREVE
*¿Por qué los súbditos no obedecieron a su Rey? La Guerra de la Independencia según “El libro” de Jaume Galobardes. 
http://historia-por.blogspot.com/2008/04/por-qu-los-sbditos-no-obedecieron-su.html

*Joan Vilaseca i Segalés: Historia de Sta. Coloma de Gramenet durante el siglo XIX.
*El Llibre de Jaume Galobardes (1776-1863).
*Fernando Durán López, nuevas adiciones al catálogo de la autobiografía española en los siglos XVIII y XIX: http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/04703885489347339647857/014395.pdf?incr=1

11 de abril de 2008

LAS CRONICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 3.

(...sigue...)
Dos días después, llegado el lunes, Gonzalo había terminado de desayunar y cogiendo su muy querida gabardina y una carpeta con apuntes, salió de casa para ir trabajar. Entraba cada día a las diez en punto, muy cerca de donde ahora vive, en una tienda de antigüedades del Barrio Gótico: la Galería Gamisans. El local ocupaba parte de una vieja Sinagoga, desalojada de sus fieles cientos de años atrás, por la intolerante arremetida de quienes no quisieron compartir la ciudad con gentes de otra religión a las que culpaban de toda suerte de males. Luego, había sido un almacén de granos antes de que el padre del actual propietario la comprara al tratante de cereales y convirtiera aquellas cuatro paredes en un próspero negocio. Entre semana nunca había mucha faena, ya que no eran frecuentes los clientes, y Gonzalo se pasaba la jornada catalogando y etiquetando el poco material nuevo que les iba llegando. También ayudaba con la contabilidad y los trámites administrativos y fiscales del negocio, en manos de un gestor.
Dos años atrás, con treinta casi cumplidos y a punto de ahogarse en el marasmo de dudas de quien claramente ha equivocado su vocación, Gonzalo decidió dar un giro a su formación después de un largo periodo de preparación en la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales, donde había conseguido el prestigioso título honorífico de Alumno Decano. Su familia respiró aliviada al conocer que se había matriculado, esta vez, en la Facultad de Derecho y su madre aportó gustosa los fondos necesarios para subvenir a los gastos del curso, cosa que haría en lo sucesivo sin hacer demasiadas preguntas. Temieron que su único hijo varón y continuador de la saga –su padre era notario con plaza en la Ciudad Condal-, fuera a extraviar su carrera definitivamente en los tortuosos vericuetos de las poco lucrativas Humanidades. Lo que ni siquiera conocían aún es que era concretamente en la Escuela de Criminología de dicha Facultad donde estaba cursando sus estudios su ya granado retoño.
La mayor distracción de la mañana en la quietud de la tienda, escasa de visitantes, era a menudo Paulina, la chica encargada de la limpieza. Gonzalo la miraba de reojo mientras se movía aquí y allá con sus trapos y fregonas. En un momento dado, la mujer se dio la vuelta y le sonrió rompiendo sus pensamientos y bajándole a la realidad. Había frotado cuidadosamente el marco dorado, recargado de filigranas, del bodegón que Gonzalo tenía enfrente de su mesa desde que empezó a trabajar en la tienda. Ya debe estar a punto de acabar por hoy, pensó Gonzalo. Viene cada dos días y a las once se va, dejándole casi siempre solo hasta la hora de comer.
-Estoy seguro de que si no damos vendido ese dichoso bodegón es por culpa de este horrible marco –le dijo Gonzalo a Paulina y ella asintió con la cabeza corroborando la tajante afirmación.
-¿Dónde quieres que ponga la caja?
-¿La caja? ¿Qué caja?
-Hay una caja con libros, venían dentro de un mueble… son viejos, el Sr. Gamisans me dijo que no la tirara…
-Aquí casi todo es viejo, empezando por el Sr. Gamisans –le contestó Gonzalo lacónico, levantando por un momento la vista de sus apuntes.- Déjala ahí mismo, en el rincón, miraré si hay algo que interese.
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Al entrar en la cafetería, Andrés se sintió como en el hogar. Quizás la sonrisa franca de la propietaria, o la iluminación del local contribuyeran a ello. Pidió un café americano y se sentó en una de las mesas de madera, junto al ventanal que daba a la calle. Había tres hombres de mediana edad hablando animadamente pero sin estridencias, de algo relacionado con su trabajo en una fábrica. El café llegó enseguida, con dos sobres de azúcar en el platillo, que fueron de inmediato a mezclarse con el mar negro y caliente que colmaba la taza. Andrés miró el torbellino que al mover la cucharilla formaba el café, como seguramente habían hecho millones de personas desde que el negro estimulante arribara a Europa. Su mente empezó a viajar a Turquía, a Arabia al reino de los Nabateos, su mirada se perdía en las tierras áridas, ocres y rojizas del Yemen. Un poco de líquido que se derramó en la mesa, le hizo reaccionar y volver al tiempo y al espacio presentes.
El libro que le había pasado Gonzalo le intrigaba, lo llevaba en el bolsillo de la parka desde que se lo diera el día anterior y ya lo había empezado, primero cauto y escéptico, luego devorándolo. Lo sacó poniéndolo encima de la mesa, sorbió un poco de café de su taza y mientras recibía el cálido aroma penetrando por las ventanas de su nariz, pasó la mano por la portada, bastante deteriorada y lo abrió: “Ignacio Olagüe: La revolución islámica en Occidente, Fundación Juan March, ediciones Guadarrama, 1974.”
Gonzalo le explicó que su jefe, el Sr. Gamisans, lo había apartado de un lote de libros que estaba en una cómoda que les había llegado y le dijo que se lo diera.
-A tu amigo ese, el profesor de la “Uni”, le puede interesar –comentó-. Es un libro de historia agotado, imposible de encontrar hoy en día. Historia con mayúsculas, sí.


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"Cuando abandona el turista el Patio de los Naranjos y penetra en la Mezquita de Córdoba por el gran arco de herradura que encuadra su entrada principal, se encuentra de repente ante unas vistas insospechadas. Descubren sus ojos un bosque de columnas plantadas de modo simétrico. Sobrecogido por una atracción poderosa que le obliga a ir más y más adelante, queda sorprendido desde los primeros pasos por el aliento de un soplo extraordinario, como si le rozara la cara el alma de este templo misterioso. A pesar suyo, he aquí que se siente arrastrado hacia un mundo desconocido, el cual podrá extraviar al irreflexivo, pero que fascina al espíritu sensible y advertido. Desconcertado, pronto comprende su incapacidad para establecer asociaciones de ideas entre estas impresiones tan fuertemente sentidas y su experiencia visual o el recuerdo de sus lecturas. Más o menos inconscientemente según su agudeza, percibe que no puede anudar relación alguna entre lo que contempla y las obras maestras de las civilizaciones antiguas de las cuales conserva en su memoria una visión indeleble: el Panteón, Santa Sofía, las góticas catedrales... […] Mas, ¡cuán suspenso hubiera quedado nuestro viajero si alguien interrumpiendo su soñarrera le hubiera susurrado al oído que era ya hora de despertar! Pues no habían conquistado los árabes esta ciudad y, con certeza, jamás construido este maravilloso monumento. "
Prólogo de “La revolución islámica en Occidente” de Ignacio Olagüe.

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Bebió una vez más y detuvo su vista en un perchero de madera que tenía delante y del cual colgaba un paraguas negro de los de punta en pararrayos. Paseó una mirada pausada por él y vio que estaba perfectamente encartado, colgado y señalando con su punta a un paragüero que estaba justo debajo. Era evidente que el paraguas, como él mismo, tampoco estaba en su sitio. Esa misma sensación le duraba desde que la tarde anterior comenzara a leer el prólogo del libro. Algo en la historia de España, en uno de los momentos más relevantes y decisivos, no estaba tampoco en su sitio, las piezas ya no encajaban bien y así iban a quedarse a partir de ese momento.

(continuará…el viernes 18 de abril)

8 de abril de 2008

Endovélico en la ciudad.


De un tiempo a esta parte, la ciudad de Barcelona, cual “limes renano” acosado por los germanos, sufre cada vez con más frecuencia las incursiones de unas particulares hordas en busca de un sustento fácil y abundante. Hace unos días celebrábamos el cumpleaños de nuestro buen amigo Enrique, en la zona alta, donde la ciudad queda delimitada por el bosque y lo desconocido –el “pagus” romano, el campo como opuesto a la ciudad civilizada-, y por dos veces nos sorprendió la irrupción de un inesperado e impetuosos invitado: este jabalí.
Tan hambriento como peludo, el bicho cayó sobre las bandejas de canapés y de tortilla de patata, y a buen seguro nos hubiéramos quedado sin cenar si no hubieran acudido raudos a espantarlo. Por suerte se trataba de un jabalí manso, diríase que bien educado, acostumbrado sin duda a alternar en sociedad, y que además, trabajaba por su cuenta y riesgo sin contar con un equipo de colaboradores de su especie. Supongo que para no compartir con otros el suculento botín. Un jabalí free-lance, que amenizó la fiesta y no dio mayores problemas.


Unos días después, cuando me llegó la foto, me acordé de Endovélico y eso me dio que pensar. De entre las muchas y oscuras divinidades prerromanas de la Península Ibérica, apenas rescatadas del olvido por vagas referencias romanas o por lápidas con inscripciones, Endovélico es la que cuenta con mayor número de referencias. Sin embargo eso no impide que sea una de las más misteriosas e indefinidas de todas. Su culto, circunscrito a la zona lusitana y su área de influencia –donde incluso se conservan los restos de un santuario en la cima de un monte, dedicado a él en el Alentejo-, es de origen desconocido, pero se le relaciona con otros cultos similares, de raíz indoeuropea. Por un lado se trataba de una divinidad benefactora y protectora, y a su vez, también, de un dios infernal, al que se hacían sacrificios de animales, e incluso humanos.
Los textos epigráficos, además, nos revelan que en su santuario se practicaba la “incubatio”, que era una práctica adivinatoria y curativa, mediante la cual los devotos acudían al templo a dormir para que la divinidad se les manifestara a través del sueño. Sin embargo es en su faceta infernal, como dios del inframundo, en la que esta divinidad es representada como un jabalí.
El culto a Endovélico, asimilado por los romanos, fue definitivamente borrado por el cristianismo, que no tuvo reparos en reaprovechar para sus iglesias los restos del abandonado templo del dios-jabalí que guiaba a las almas perdidas por los infiernos.
El cristianismo en sus comienzos fue una religión eminentemente urbana a la que le costó penetrar en el “pagus”: de ahí deriva la palabra pagano.
Ahora no puedo olvidar que aquella noche el jabalí, negro negrísimo, surgió de la oscuridad pagana, más allá de la ciudad.

La fotografía es gentileza de mi amigo Pablo Díaz.

Para saber más y mejor:

3 de abril de 2008

LAS CRONICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 2.

CAPITULO I: Un libro de Historia.

Universidad Central, 1.997, el profesor Andrés Martínez está terminando su clase sobre Arte Románico.
-Si algo podemos deducir del análisis de la iconografía del románico, es que refleja un programa propagandístico claro y nítido, estructurado y organizado por algún grupo o institución poderosa. Durante un lapso de tiempo muy amplio y un espacio muy dilatados, en Europa, Maestros Canteros copiaron y dieron vida a una serie de modelos y de escenas, muchas de ellas sacadas de los Evangelios, del Génesis, o del Apocalipsis, otras, las menos evidentes, de la Antigüedad Romana. Pero, ¿por qué aparece la escena de Daniel entre los leones y el Cristo Pantocrator y no otras? ¿Por qué piñas, bolas o arpías?
El profesor miró a la clase, quizás buscando una respuesta entre los alumnos que afanosamente tomaban apuntes sin levantar la vista de sus cuadernos. Sólo unos pocos le miraban entre reflexivos y embobados, más preocupados por escucharle que por tomar notas y pensó que quizás en la mente de alguno de “aquellos pocos” pudiera iluminarse algún día la respuesta que muchos medievalistas habían estado buscando. Sonrió cruzándose de brazos, dio la clase por finalizada y esperó a que aquellos jóvenes de primero salieran todos del aula, para poder cerrar la puerta tras de sí.
Cuando diez minutos después caminaba por la calle para buscar el metro, era ya de noche y se adivinaba el frío del invierno que se acercaba helando la oscuridad otoñal de octubre. El trayecto bajo tierra no lo hizo esta vez leyendo como solía, sino ensimismado en sus cogitaciones. En el vagón confraternizaban silenciosos, a aquella hora, los últimos rezagados que venían de trabajar con los calmados juerguistas de muy primera hora. Andrés iba pensando, con la mirada fija en su propia imagen reflejada en el cristal de la ventanilla, que si bien la concepción del Arte Románico podía representar un misterio, éste no era nada comparado con el verdadero misterio del arte hispano: el arco de herradura. Todavía recordaba aquel día en el patio del colegio, cuando una profesora le desmintió que los arcos de herradura, tan característicos, fueran traídos por los árabes. Hacía ya muchos años, pero aquel derrumbe de una idea preconcebida, firmemente anclada en su cerebro de estudiante aplicado, le dejó un recuerdo indeleble. Tanto era así, que pensaba centrar su tesis de doctorado alrededor de este elemento arquitectónico, pero en su ámbito menos estudiado, su empleo en los edificios de culto anteriores al 711, es decir, anteriores al periodo islámico.
Recordó que tenía hambre y decidió que era buena la ocasión para hacer una cena fuerte en el restaurante gallego que estaba en las inmediaciones de Sant Pau del Camp y quedarse luego un rato, mirando la portada de aquella iglesia, que pareciera que hubiera saltado del temario de sus clases a las calles de la Barcelona actual, donde ya apenas se reconocía a sí misma mil años después. ¡Lo que llegan a durar las piedras y lo que llega a costarnos, ahora, interpretar lo que nos dicen! –pensaba, cuando una voz familiar le sacó de su ensimismamiento.
-Suponía que andarías por aquí. Llamé a tu casa y tu madre me dijo que no habías ido a cenar. Así que sabiendo que era viernes por la noche y lo que te gusta venir a ese mesón de ahí detrás, no tenía nada que perder –dijo enseñando sus manos abiertas en un gesto que pretendía demostrar cierta humildad.
Era su amigo Gonzalo, alto y con el pelo un poco largo y nunca demasiado bien peinado. Se adivinaba sin embargo una batalla reciente para dominar su cabello ondulado y salir convenientemente arreglado de casa. Vestido para rondar la noche, nada había sido dejado al azar, observaba Andrés. Todo, desde el tejano hasta el chaquetón de pana y los zapatos eran casi nuevos, pero los portaba con un calculado descuido que le daba cierta personalidad.
-No tienes nada que perder –remachó-, si estás cansado te tomas una Guinness y te vas.
[…]

(continuará...el viernes día 11 de abril)