8 de abril de 2008

Endovélico en la ciudad.


De un tiempo a esta parte, la ciudad de Barcelona, cual “limes renano” acosado por los germanos, sufre cada vez con más frecuencia las incursiones de unas particulares hordas en busca de un sustento fácil y abundante. Hace unos días celebrábamos el cumpleaños de nuestro buen amigo Enrique, en la zona alta, donde la ciudad queda delimitada por el bosque y lo desconocido –el “pagus” romano, el campo como opuesto a la ciudad civilizada-, y por dos veces nos sorprendió la irrupción de un inesperado e impetuosos invitado: este jabalí.
Tan hambriento como peludo, el bicho cayó sobre las bandejas de canapés y de tortilla de patata, y a buen seguro nos hubiéramos quedado sin cenar si no hubieran acudido raudos a espantarlo. Por suerte se trataba de un jabalí manso, diríase que bien educado, acostumbrado sin duda a alternar en sociedad, y que además, trabajaba por su cuenta y riesgo sin contar con un equipo de colaboradores de su especie. Supongo que para no compartir con otros el suculento botín. Un jabalí free-lance, que amenizó la fiesta y no dio mayores problemas.


Unos días después, cuando me llegó la foto, me acordé de Endovélico y eso me dio que pensar. De entre las muchas y oscuras divinidades prerromanas de la Península Ibérica, apenas rescatadas del olvido por vagas referencias romanas o por lápidas con inscripciones, Endovélico es la que cuenta con mayor número de referencias. Sin embargo eso no impide que sea una de las más misteriosas e indefinidas de todas. Su culto, circunscrito a la zona lusitana y su área de influencia –donde incluso se conservan los restos de un santuario en la cima de un monte, dedicado a él en el Alentejo-, es de origen desconocido, pero se le relaciona con otros cultos similares, de raíz indoeuropea. Por un lado se trataba de una divinidad benefactora y protectora, y a su vez, también, de un dios infernal, al que se hacían sacrificios de animales, e incluso humanos.
Los textos epigráficos, además, nos revelan que en su santuario se practicaba la “incubatio”, que era una práctica adivinatoria y curativa, mediante la cual los devotos acudían al templo a dormir para que la divinidad se les manifestara a través del sueño. Sin embargo es en su faceta infernal, como dios del inframundo, en la que esta divinidad es representada como un jabalí.
El culto a Endovélico, asimilado por los romanos, fue definitivamente borrado por el cristianismo, que no tuvo reparos en reaprovechar para sus iglesias los restos del abandonado templo del dios-jabalí que guiaba a las almas perdidas por los infiernos.
El cristianismo en sus comienzos fue una religión eminentemente urbana a la que le costó penetrar en el “pagus”: de ahí deriva la palabra pagano.
Ahora no puedo olvidar que aquella noche el jabalí, negro negrísimo, surgió de la oscuridad pagana, más allá de la ciudad.

La fotografía es gentileza de mi amigo Pablo Díaz.

Para saber más y mejor:

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