25 de abril de 2008

LAS CRÓNICAS DE UNA ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 5.

(...sigue...)
Los montañeses venían siendo una constante molestia desde hacía muchos años. A aquellas gentes rudas, de cuerpos enjutos y piel ennegrecida, la falta de lluvias suficientes les impedía el cultivo de sus bancales en las laderas y las zonas del interior que ya estaban bajo su control, habían quedado yermas. El hambre que brotaba de la tierra que se había tornado de color ocre, había animado la inestabilidad en sus poblados y sus ataques eran cada vez más frecuentes y difíciles de controlar. Incluso en las zonas costeras antaño fértiles, escaseaba el agua en los canales de riego y la superficie de pastos aprovechables, tan siquiera por las cabras, era cada vez menor. El sol agrietaba hasta las piedras de los muretes de separación de sus estrechos campos. La operatividad de las patrullas de caballería germana, acantonadas sobre todo en Tingis y Septem para el control y seguridad de la Provincia, se había visto muy reducida debido a que se hacía necesario acarrear una pesada provisión de agua para no quedar totalmente a expensas de los mermados y cada vez más escasos pozos y arroyos y poder así llegar a muchas zonas alejadas cuando estaban en peligro.
Por su parte, la población de la Provincia Tingitana vivía literalmente arrinconada contra el mar por la sequía y los salvajes mauri, en unas pocas ciudades fortificadas, dependiendo prácticamente de los suministros de la Bética. Los Reyes godos mantenían un fuerte contingente militar allí de manera permanente a modo de limes, precisamente para tenerlos a raya y así proteger el sur de Spania de sus ataques, pues sus costas podían quedar al alcance de sus correrías. Eso ponía en manos del gobernador militar de la provincia, el Dux, una potente fuerza punitiva.
En la Península el clima también se había tornado hostil y la sequía y el hambre, agravados por los conflictos y luchas por detentar el poder, sumían al país periódicamente en el caos. El poder político se fragmentaba y las gentes, desesperanzadas, buscaban consuelo y refugio en la religión, en las religiones más bien. Mientras, los Obispos y otros cabecillas religiosos, intrigaban y peleaban como lobos por ver quién había de pastorear el atribulado rebaño.
Cuando Táric fue enviado a Tingis por Witiza, de eso hacía ya cinco años, dio gracias al Dios único y verdadero por verse alejado definitivamente de las sangrientas intrigas cortesanas. Su talante de soldado y el peligro que corrían él mismo y su familia a la sombra del poder, le hicieron preferir las campañas militares en el norte, en la insumisa Wasconia. Hasta allí le acompañaban siempre su mujer y su hija desde bien pequeña, de campamento en campamento, pasando las invernadas en Victoriacum , cercados por la nieve. Entonces forjó su prestigio de guerrero, asegurando los pasos de montaña para proteger los valles y defendiendo a sus habitantes de la furia incontrolada de los pobladores de las agrestes sierras.

[1] Tingis era la ciudad de Tánger, en el norte de Marruecos y Septem es Ceuta, ciudades ambas de las Provincia Tingitana, una de las provincias del Reino Visigodo.
[2] Victoriacum es el nombre con que los godos fundaron Vitoria.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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