3 de abril de 2008

LAS CRONICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 2.

CAPITULO I: Un libro de Historia.

Universidad Central, 1.997, el profesor Andrés Martínez está terminando su clase sobre Arte Románico.
-Si algo podemos deducir del análisis de la iconografía del románico, es que refleja un programa propagandístico claro y nítido, estructurado y organizado por algún grupo o institución poderosa. Durante un lapso de tiempo muy amplio y un espacio muy dilatados, en Europa, Maestros Canteros copiaron y dieron vida a una serie de modelos y de escenas, muchas de ellas sacadas de los Evangelios, del Génesis, o del Apocalipsis, otras, las menos evidentes, de la Antigüedad Romana. Pero, ¿por qué aparece la escena de Daniel entre los leones y el Cristo Pantocrator y no otras? ¿Por qué piñas, bolas o arpías?
El profesor miró a la clase, quizás buscando una respuesta entre los alumnos que afanosamente tomaban apuntes sin levantar la vista de sus cuadernos. Sólo unos pocos le miraban entre reflexivos y embobados, más preocupados por escucharle que por tomar notas y pensó que quizás en la mente de alguno de “aquellos pocos” pudiera iluminarse algún día la respuesta que muchos medievalistas habían estado buscando. Sonrió cruzándose de brazos, dio la clase por finalizada y esperó a que aquellos jóvenes de primero salieran todos del aula, para poder cerrar la puerta tras de sí.
Cuando diez minutos después caminaba por la calle para buscar el metro, era ya de noche y se adivinaba el frío del invierno que se acercaba helando la oscuridad otoñal de octubre. El trayecto bajo tierra no lo hizo esta vez leyendo como solía, sino ensimismado en sus cogitaciones. En el vagón confraternizaban silenciosos, a aquella hora, los últimos rezagados que venían de trabajar con los calmados juerguistas de muy primera hora. Andrés iba pensando, con la mirada fija en su propia imagen reflejada en el cristal de la ventanilla, que si bien la concepción del Arte Románico podía representar un misterio, éste no era nada comparado con el verdadero misterio del arte hispano: el arco de herradura. Todavía recordaba aquel día en el patio del colegio, cuando una profesora le desmintió que los arcos de herradura, tan característicos, fueran traídos por los árabes. Hacía ya muchos años, pero aquel derrumbe de una idea preconcebida, firmemente anclada en su cerebro de estudiante aplicado, le dejó un recuerdo indeleble. Tanto era así, que pensaba centrar su tesis de doctorado alrededor de este elemento arquitectónico, pero en su ámbito menos estudiado, su empleo en los edificios de culto anteriores al 711, es decir, anteriores al periodo islámico.
Recordó que tenía hambre y decidió que era buena la ocasión para hacer una cena fuerte en el restaurante gallego que estaba en las inmediaciones de Sant Pau del Camp y quedarse luego un rato, mirando la portada de aquella iglesia, que pareciera que hubiera saltado del temario de sus clases a las calles de la Barcelona actual, donde ya apenas se reconocía a sí misma mil años después. ¡Lo que llegan a durar las piedras y lo que llega a costarnos, ahora, interpretar lo que nos dicen! –pensaba, cuando una voz familiar le sacó de su ensimismamiento.
-Suponía que andarías por aquí. Llamé a tu casa y tu madre me dijo que no habías ido a cenar. Así que sabiendo que era viernes por la noche y lo que te gusta venir a ese mesón de ahí detrás, no tenía nada que perder –dijo enseñando sus manos abiertas en un gesto que pretendía demostrar cierta humildad.
Era su amigo Gonzalo, alto y con el pelo un poco largo y nunca demasiado bien peinado. Se adivinaba sin embargo una batalla reciente para dominar su cabello ondulado y salir convenientemente arreglado de casa. Vestido para rondar la noche, nada había sido dejado al azar, observaba Andrés. Todo, desde el tejano hasta el chaquetón de pana y los zapatos eran casi nuevos, pero los portaba con un calculado descuido que le daba cierta personalidad.
-No tienes nada que perder –remachó-, si estás cansado te tomas una Guinness y te vas.
[…]

(continuará...el viernes día 11 de abril)

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