13 de julio de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 16.

(...sigue...)

-Por favor, por favor, no tiene por qué –dijo Gamisans levantándose como movido por un resorte, tendiéndole a su vez la mano. Le agradezco infinito que haya podido venir, in-fi-ni-to, -remarcó-, sus clases...
-Hoy no tenía...
-¡Ah!, bien, veo que lleva el libro, estupendo, estupendo, pero por favor sentémonos.
-Sí, quería devolvérselo, sin duda querrá Usted conservar un libro tan interesante.
-¿Ha podido terminarlo, Profesor? ¿De verdad que le ha parecido interesante? Me gustaría mucho recuperarlo, pero quizás pueda quedárselo, sí.
Andrés le miró mostrando sorpresa y quiso decir algo, pero acudió un camarero.
-¡Oh, he aquí la carta! –dijo el Sr. Gamisans. Les recomiendo, si les gusta la carne, los guisos y los rustidos, el pato, y sobre todo, sí, me encantan, los canelones, los canelones de la fonda. Son so-ber-bios. Y añadió: permítanme elegir el vino, Ustedes son demasiado jóvenes para entender, de vinos, quiero decir –y se rió de buena gana del chiste, ante la mirada sorprendida de Gonzalo y Andrés que también rieron.
-Por favor, no quiero que piensen que yo entiendo de otra cosa que no sean vinos, y antigüedades.
La cena comenzó así, distendida y hasta Gonzalo pareció relajarse, al ver que Andrés y el Sr. Gamisans habían conectado. Aquel contestaba las muchas preguntas de éste con soltura y espontaneidad, como si de dos viejos amigos se tratara. Sin embargo notaba en Andrés un cierto nerviosismo, como si hubiera algo que estuviera esperando la ocasión de plantear. Aprovechaba esos primeros compases de la conversación para evaluar y medir a su interlocutor: Su aspecto era el de un hombre maduro, al que los años no habían hecho engordar demasiado, aunque sí se notaban en su rostro las huellas del tiempo. Sobre todo en sus ojos rodeados por arrugas de expresión y en los cabellos blancos que plateaban sus sienes. Para leer la carta se colocó unas gafas de cerca, de concha marrón claro, con lentes rectangulares de cristales pequeños, sostenidas casi en la punta de su prominente nariz. Ya no se las quitaría durante la cena y por encima de ellas miraba vivaz a sus contertulios. Un cierto atolondramiento en el hablar no ocultaba que se trataba de un hombre de cultura mundana y lo que mejor pudo corroborar Andrés, con buenos conocimientos historiográficos.
-Puede creerme si le digo que la Historia, yo no la conozco tanto por los libros, aunque algunos he leído, sino que la he mamado desde bien pequeño de las propias antigüedades –le dijo.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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