7 de diciembre de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 26.

Como no era buen cocinero en absoluto, decidió no complicarse la vida y simplemente metió un pollo en el horno, cortado a cuartos y abundantemente rociado con aceite de oliva y limón. Dispuso en la mesa su mejor vajilla, la de Ikea, y unas coloridas servilletas de papel. La bebida la dejó en manos del ilustre invitado y el postre quedó encomendado a la buena de Dios de lo que pudiera quedar de fruta o de helado en el congelador.

Ese viernes, cuando llegó Andrés, enseguida vio en él esa cara de preocupación con un deje de rebelión indignada que ya conocía de otras malas épocas. Nada más entrar por la puerta le soltó una bolsa de supermercado conteniendo dos magníficas botellas de sidra “el Gaitero”.
-Para ahogar las penas –le dijo, y mirándole desafiante añadió-, ¿qué pasa? A mí me gusta y no te preocupes que ya la traigo fría de mi casa.
-Bueno, bueno, ¿pero qué sucede?
-Creo que es ese dichoso libro, -Andrés suspiró entrando en el recibidor-, comenté algo sobre el mismo en una reunión del Departamento y por lo visto desperté las suspicacias del Catedrático. No entiendo por qué, al fin y al cabo los argumentos son impecables, desde mi punto de vista, claro, y merecen al menos ser debidamente considerados.
Gonzalo le miraba boquiabierto, aunque no realmente sorprendido, más bien divertido.
-Hombre, yo también me he leído ese libro. ¡Dice sin tapujos que los árabes no invadieron España y eso es una herejía muy gorda! –dijo, inflexionando el “muy” para remarcarlo-. Es como dudar de la Teoría Keynesiana en una reunión del Banco de España, ¡tú verás!
Andrés puso los ojos en blanco, no quería oír hablar de Historia y se le veía ciertamente cansado, sin ganas de nada. Pasaron al pequeño salón del piso, dónde ya estaba la mesa preparada, tan solo faltaba sacar el pollo de horno y descorchar la sidra. Andrés se dejó caer abatido en una de las sillas. En ese momento comenzó a percibir un olor extraño que, de manera muy tenue parecía impregnar las cortinas, destacando incluso por encima del sabroso olor que venía de la cocina.
-Huele como a tabaco, ¿no habrás empezado a fumar?
Gonzalo entró en ese momento en el comedor, sonriendo, enarbolando la bandeja con el pollo por encima de su cabeza y punteando en el suelo unos pasitos de baile.
-¡No me digas! –exclamó Andrés comprendiendo-. ¡Menos mal que alguien tiene algo de suerte! ¿Y quién es la fumadora?
-Pues una historiadora incauta llamada Marta, que entró en la tienda de antigüedades hace un par de días…
-¿Y ya te la has traído al piso? ¿Tan rápido?-La primera vez a la noche siguiente. Rápido y mortal, me llaman –fanfarroneó exultante Gonzalo-. A lo mejor es alumna tuya y todo.
-Por eso no debes preocuparte ya, creo que no voy a subir más al estrado en esa Facultad. Usandizaga, el Catedrático, ha traído a una doctora de León para dar mis clases. Yo estoy ahora encargado de catalogar morfológicamente trozos de cerámica del fondo del Departamento. Fueron acumulados durante años de campañas de excavaciones y dormían el sueño de los justos amontonados en polvorientas cajas. Me han apartado de la docencia –dijo con una cierta tristeza.
-¿Y fue por lo que comentaste del libro? ¿Y han puesto a esa tía a dar tus clases?
-¡Cómo lo oyes!

(continuará...)


*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

No hay comentarios: