5 de julio de 2009

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 33.

(sigue...)

Andrés permanecía de pie, frente a él con los brazos en jarras, mirando fijamente a Gamisans, ofendido y a la espera. La pregunta era obvia, quiso saber primero quién demonios era Pan, en cuyo nombre ya le habían pegado. Estaba indignado. Para poder explicarlo Gamisans tuvo que contarles una historia que se remontaba más de veinte años atrás:

“Pan, como seguramente Ustedes ya saben, es el fauno del pánico. Las viejas leyendas clásicas dicen que infundía un miedo tal a los rebaños y a los propios pastores, un miedo tan atroz e incontrolable, que podía llevarlos a la locura. Muchos evitaban tan siquiera acercarse por las inmediaciones de ciertos bosques de Arcadia porque sabían que allí, en la umbría oscura, no sólo habitaban las fieras salvajes con las que podían enfrentarse y vencer, sino algo mucho peor. Con su sola presencia, un fauno infundía el terror. Y no en vano el cristianismo, sincrético, acabó modelando el retrato que debía tener el mismísimo diablo, con el aspecto de un fauno. Esto tiene mucho que ver con el libro –añadió-, con nuestro libro y con la intransigencia. Porque, ¿saben Ustedes?, el mejor antídoto para mantener a raya la búsqueda de la belleza que mora en la verdad y que es hija de la duda no es otro…”

-Que el miedo –interrumpió Gonzalo.

El anticuario asintió, levantando su vaso, haciendo un brindis al aire en dirección a Gonzalo y se lo acercó a los labios bebiendo un sorbo corto. No lo tragó de inmediato, sino que dejó el licor unos instantes sobre su lengua, permitiendo que los aromas le penetrasen el paladar filtrándose por la nariz hasta lo más recóndito, hasta lo más básico del cerebro, donde también residen los miedos. Quizás para adormecerlos.

-¿Y el Pan de ahora? –preguntó Andrés, ahora impaciente y a punto de perder los nervios con la errática disertación del Anticuario.

Gamisans les ofreció los vasos antes de continuar. Andrés no lo cogió.-El Pan de ahora es un dios Pan de hace veinte años, un diosecillo ególatra y acomplejado. Era el sobrenombre que escogió alguien que por aquel entonces no era más que lo que se denominaba un jefe de batallón de cierto sindicato de estudiantes. En aquella época, y ya saben de que época les hablo, el mundo político y social en España se mostraba un tanto, revuelto. Había gente que intentaba imponer sus pareceres con, digamos, violencia y esto, cómo no, se transmitió a la Universidad. Algunos pensaban que reprimiendo las ideas de los demás, rompiendo las cabezas de quienes las albergaban, podían perpetuar eternamente un estado de cosas que había durado demasiado. Tanto como la larga vida de un dictador que al fin y al cabo murió tranquilamente en su cama con todas las bendiciones.


*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.