10 de noviembre de 2009

Paseo por la suciedad y la historia de las letrinas de la corrupción.

Aviso de antemano que este va a ser un post muy sucio pues vamos a hablar literalmente de la porquería.

Y quisiera comenzar por algo que como no resulta tan obvio, no está de más decirlo, escribirlo y hasta explicarlo: la falta de higiene y de servicios sanitarios –sistemas de alcantarillado para evacuar y alejar las aguas fecales, y ante todo, retretes, aunque se trate de un simple agujero en el suelo en un lugar apartado-, matan más personas en los países en desarrollo que enfermedades tan renombradas como la malaria o el sida.
Sobre todo niños, incapaces de superar una vulgar diarrea por falta, primero de la higiene más básica y después de la atención médica mínima imprescindible para neutralizar una trivial infección intestinal. ¡Hoy en día mueren más niños por diarreas en el mundo, que personas en las guerras! Y esto es así, no tanto por la falta de agua potable o de medicamentos, sino básicamente por vivir rodeados de excrementos humanos, que acaban por infectar el agua y los alimentos que se consumen.
Un porcentaje sorprendentemente alto de la población mundial carece de cualquier tipo de letrina o similar, y algo tan sencillo de solucionar aumentaría la esperanza de vida y limitaría mucho la mortalidad infantil en los países más desfavorecidos del planeta.
El hecho de que esto suceda ya implica en sí un alto grado de corrupción.
Dicho esto con la mayor seriedad, arremetamos ahora contra la suciedad de por aquí cerca.


En nuestro entorno cultural, podemos afirmar que la Historia de los retretes es larga y azarosa, ya que de algún modo, desde tiempos muy antiguos se tuvo bien clara la necesidad de mantener el problema alejado, aunque tan sólo fuera de nuestras narices.
Supongo que con el advenimiento de lo que conocemos como civilización, estas, las narices, se volvieron más sensibles y bien pronto se pusieron manos a la obra para atajar el problema. Y es aquí donde hablaríamos de obras, de obras públicas –con comisión de por medio o no-, ya que el diseño, construcción y mantenimiento de sistemas de saneamiento integrales, desde el suministro y canalización del agua necesaria, pasando por –debajo de- las letrinas, hasta llegar a las cloacas y alcantarillas, ha de entrar en el campo de interés de la arqueología en pie de igualdad con las murallas, templos y anfiteatros.
Y también en el campo de la economía y de los buenos negocios.


Sin ir más lejos, Roma deja de ser una aldea como otra cualquiera en el momento en que sus reyes de entonces dejan de ser tan sólo meros sacerdotes y jefes militares y se convierten en constructores de puentes, murallas y sobre todo cloacas. La conocida como cloaca máxima fue construida por Tarquinio el Viejo en el s. VI a.C. y puso a la futura metrópoli en situación de ser una ciudad populosa desde la que se pudiera gobernar, comerciar y sobre todo respirar.
Así, no sé si podríamos afirmar que el Imperio se originó en las cloacas, pero sí que las cloacas fueron una condición sine qua non para que un Imperio civilizador como fue el romano pudiera llegar a existir. Se habla mucho de los baños romanos, pero se olvidan casi siempre las letrinas.


Yo, que entiendo el acto de…, bueno, Uds. ya me comprenden, como algo muy personal, que sólo puede ser llevado a cabo a solas con uno mismo, me sentí muy impactado cuando supe de la existencia de las letrinas públicas romanas. Incluso una vez pude asomarme a uno de esos recintos en lo mucho que aún queda de las ruinas de la antigua ciudad de Efeso, en la actual Turquía. Fue un viaje aquel, a Turquía, interesante, apasionante, y lleno de sobresaltos, también.
Esas letrinas comunitarias eran generalmente de pago y existían en todas las urbes del Imperio. De su limpieza tenían cuidado esclavos y libertos contratados ex profeso. A ellas acudían los ciudadanos a sentarse allí los unos con los otros, como en un salón y durante el propio acto de evacuar aprovechaban para conversar y debatir sobre temas de actualidad, política, e incluso para cerrar algún que otro negocio. No cabe decir que entonces como ahora, de juntar la política con los negocios pueden devenir ciertas corruptelas así que ¡qué mejor lugar para camuflar los malos efluvios que desprende la corrupción de la res publica que las ya de por si perfumadas letrinas!


En la Hispania de hoy en día mantenemos la fea costumbre de juntar política con negocios, puede que heredada de nuestros antepasados romanos y de más allá. A Roma debemos mucho de lo mejor y de lo peor de nuestra sociedad, de nuestras leyes y de nuestras costumbres.
Del bien planificado urbanismo romano y de la historia posterior de las ciudades en Europa (Londres, por ejemplo, fue una trampa mortal para muchos de sus habitantes hasta bien entrado en el S. XIX) podemos deducir que a partir de un cierto umbral de población, una ciudad es inhabitable y hasta peligrosamente insalubre si carece de retretes, de una red de alcantarillas adecuadas y si sus habitantes no observan unas costumbres higiénicas mínimas.
Y así mismo, a partir de un cierto umbral de corrupción una sociedad es inviable, su sistema político insostenible, y el ambiente puede llegar a hacerse irrespirable.


El Emperador Vespasiano opinaba que el dinero –que él ganaba en abundancia gracias a los impuestos que cobraba por las letrinas públicas- no olía a nada, yo sin embargo pienso que cierto dinero huele pero que muy mal. ¡Sic olet!



Publicado en Sta. Coloma de Gramanet, en la Provincia Tarraconense de Hispania, desde una biblioteca pública, construida con el dinero de nuestros impuestos que no nos robaron aquellos ladrones.






Para saber más (y mejor):
*TURNER 8P, Examinando lo innombrable, un estudio de la defecación, sobre el libro de Rose George: La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo.