Al hilo del post anterior, ¿por qué no debería
haberme sorprendido tantísimo Orhan Pamuk en su novela?
En primer lugar, la sorpresa más difícil de
explicar es el tabú de la representación de la figura humana,
siguiendo al Islam más estricto, que deviene de la iconoclastia.
Deviene de la iconoclastia así como el Islam deviene
del tronco monoteísta que comparten el judaísmo y el cristianismo.
Cuando ponemos en un buscador la palabra
“iconoclastia” casi todos los resultados nos remiten
exclusivamente a las convulsas controversias religiosas acaecidas en
el seno del Cristianismo tan solo en el Imperio Bizantino. Y sólo en
un periodo muy concreto –los siglos VII y VIII d.C. - en el cuál
cobraron enorme relieve y cuando incluso esta facción religiosa
llegó a imponerse allí temporalmente.
Temporalmente, digo, en lo que iba quedando de
Imperio, ya que es curioso que en las extensas zonas de Oriente y
Norte de África que ya habían pasado a manos del Islam, el
movimiento iconoclasta gozaba –y goza- de buena salud, ya que la
prohibición del culto a las imágenes es uno de los rasgos
definitorios del Islam. Y de su arte.
Pero también en nuestro arte se alternan desde la
Edad Media periodos recargados, con periodos austeros. Y si hablamos
de arte, estamos hablando de religión(es) y de la decoración de los
centros de culto que son principalmente las iglesias, donde la
iconoclastia ha acabado imponiéndose, como un insidioso silencio
visual, en las iglesias protestantes.
Claro, como del Imperio Bizantino de algún modo
hemos olvidado que fue el continuador de nuestro Imperio Romano y
como además es un Imperio que finalmente desapareció para albergar
un Imperio islámico...
Pues eso. Que al poner fronteras a la Historia
perdemos la perspectiva y al perderla quedan zonas de sombra. Zonas
oscuras en la Historia.
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