Santa Coloma, barrio del Fondo: la resurrección de Al-Andalus.
Aguamanil, bronce, S.X. Museo del Louvre.
Pues bueno, no es que se encuentre nada mozárabe, ni tan siquiera románico, en la populosa ciudad de Santa Coloma de hoy en día, pero a unos diez minutos escasos de mi tardío desayuno he podido trasladarme mil años en el tiempo. He podido caminar por la resurrección de Al-Andalus en pleno siglo XXI. Con la misma sensación que pudiera sentir un predicador nestoriano o un comerciante varego en un zoco de la Ruta de la Seda, he merodeado, sintiéndome extranjero en un mundo lleno de colores, objetos, y lenguajes exóticos.
En el barrio del Fondo hoy conviven y sobre todo comercian, junto con los españoles meridionales de antaño (de remoto origen califal), chinos de todas las razas del lejano Oriente, todas las etnias del sub-continente indio desde Pakistán a Bangladesh (sin olvidar, por supuesto a nuestros gitanos) y gentes de todo el ancho Magreb y de más allá.


Seguramente han dado por saturado el nicho comercial de los restaurantes de comida china, la mayoría sospechosamente vacíos y van tomando posiciones en este nuevo negocio según los antiguos propietarios se van jubilando. Y lo bueno es que a los clientes no parece importarles en absoluto, pues son los mismos paisanos de siempre.
¡Cómo han cambiado la cosas!, en mi niñez el único oriental que podías ver por aquí era mi profesor coreano de taekwon-do, el señor Lee.
Llevaba tiempo con la pluma seca, y la verdad es que paseando por ese bazar me ha vuelto a entrar la emoción de escribir.



Por
unos días he regresado a casa de mi Madre, en Sta. Coloma de
Gramanet. Esta mañana, mientras desayunaba, estuve ojeando el tomo
nº 10 de La España románica, escrito por Jacques de
Fontaine hace ya más de treinta años y dedicado al arte mozárabe,
de tan difícil definición y acotación.
En
el interesante capitulo dedicado a las
artes menores, puede palparse el movimiento de los objetos, las
técnicas, y las ideas a través de unas fronteras permeables
que iban desde la lejana Persia hasta llegar a la muy medieval Europa
del siglo X, recorriendo por tierra y por mar los tres continentes
del Viejo Mundo.
Y a
Poniente, la estación final de todas las rutas era Al-Andalus.
De
uso cotidiano o de lujo, telas, arquetas de marfil, aguamaniles de
bronce…, hoy se exponen a nuestra vista en museos como el de la
Colegiata de San Isidoro de León, o en el mismísimo Louvre.
Entraban en los países cristianos a través de las arterias del
comercio o la rapiña de la guerra. De lo más curioso es constatar
que en el trayecto, trastocado el entorno cultural y religioso,
objetos de tocador cordobeses hubiesen sido utilizados como ornatos
litúrgicos en alguna iglesia de algún monasterio perdido.
Pues bueno, no es que se encuentre nada mozárabe, ni tan siquiera románico, en la populosa ciudad de Santa Coloma de hoy en día, pero a unos diez minutos escasos de mi tardío desayuno he podido trasladarme mil años en el tiempo. He podido caminar por la resurrección de Al-Andalus en pleno siglo XXI. Con la misma sensación que pudiera sentir un predicador nestoriano o un comerciante varego en un zoco de la Ruta de la Seda, he merodeado, sintiéndome extranjero en un mundo lleno de colores, objetos, y lenguajes exóticos.
En el barrio del Fondo hoy conviven y sobre todo comercian, junto con los españoles meridionales de antaño (de remoto origen califal), chinos de todas las razas del lejano Oriente, todas las etnias del sub-continente indio desde Pakistán a Bangladesh (sin olvidar, por supuesto a nuestros gitanos) y gentes de todo el ancho Magreb y de más allá.
En
tienduchas totalmente rotuladas en chino pueden encontrarse los
últimos modelos de teléfonos móviles o de ordenadores compactos,
que se venden en un totum revolutum junto con revistas y
comics manga y con quién sabe qué otras cosas que pudieran salir de
las siempre atestadas trastiendas. La verdad es que llegan a poder
hacerse buenos negocios, pues en una de estas, una vez vencida la
timidez inicial para penetrar en tan arcano mundo, pude encontrar una
batería para mi viejo móvil imposible de conseguir.
Y
hablando de chinos, también se dan procesos de transmutación
cultural curiosos, trastocado asimismo, el entorno cultural y
religioso, como decíamos más arriba. Y el fenómeno acontece por
toda la jurisdicción de los Condes de Barcelona, y ocurre en lugares
tan triviales como son los bares. Los bares de toda la vida, donde se
sirven las mismas cervezas y los mismos vinos, e incluso las mismas
tapas. Donde se juegan las mismas eternas partidas de dominó y de
cartas. Con el mismo olor a tabaco y a fritanga rebozada (por cierto
no olvidemos la tempura), sin cambiar ni siquiera una silla ni
descolgar un cuadro, ahora han sido comprados y son atendidos por
¡chinos!, que los mantienen y los continúan tal cual estaban.
Seguramente han dado por saturado el nicho comercial de los restaurantes de comida china, la mayoría sospechosamente vacíos y van tomando posiciones en este nuevo negocio según los antiguos propietarios se van jubilando. Y lo bueno es que a los clientes no parece importarles en absoluto, pues son los mismos paisanos de siempre.
¡Cómo han cambiado la cosas!, en mi niñez el único oriental que podías ver por aquí era mi profesor coreano de taekwon-do, el señor Lee.
Llevaba tiempo con la pluma seca, y la verdad es que paseando por ese bazar me ha vuelto a entrar la emoción de escribir.
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Comentarios
Hace unos días ví en televisión un reportaje sobre este tema del que hablas, donde entrevistaban a varios orientales que estaban aprendiendo a cocinar esos platos nuestros, tan típicos, porque tenían pensado montar un restaurante de tapas. Osea que ya poco es lo que se libra de la "fibre china".
Un saludo!