7 de febrero de 2008

Élites, relaciones y colusión de intereses.


Siempre me ha llamado la atención el hecho histórico de la expansión de Roma. No tanto la de cariz ya más imperial, conseguida a partir de aplastar a las otras potencias en liza por el control del Mediterráneo –Cartago sobre todo- y que tiene para mi una lógica más militarista, sino la de los “siglos de hierro” de la República, principalmente entre los siglos IV a.C. y III a.C.
En ese periodo se consolidó la plataforma de lanzamiento de Roma a la cabeza de los otros pueblos de la Península Itálica. Es decir, la base y el núcleo del poderío romano que ni tan siquiera Aníbal, campando victorioso con sus elefantes, pudo conseguir quebrar. Y Roma sería un Imperio.

La explicación que más me gusta para este hito de la historia romana no se basa en el poder de las legiones, su organización y su fiereza tanto en el combate como en la represión de los díscolos, samnitas, lucanos, campanos, galos transpadanos y tantos otros, a los que Roma intentó doblegar a sangre y fuego en sucesivas guerras. Nos ofrece sin embargo jugosos ejemplos de Historia Política, detrás de los cuales subyace, sin duda la colusión, es decir, la comunión de intereses entre las élites romanas y los grupos aristocráticos de los otros pueblos que tenían a su alrededor.
Desde bien temprano, estos grupos establecieron lazos clientelares con patronos romanos y acabaron imbricándose familiarmente, sencillamente, porque el estado de cosas que Roma ofrecía les interesaba más que la estrecha independencia tribal.
Es decir, Roma protegía sus intereses, políticos, de clase y comerciales. Esto interesaba tanto a la aristocracia latifundista etrusca, como a los comerciantes de la Magna Grecia, que veían como Roma barría a sus competidores del Mediterráneo, aseguraba las rutas marítimas, e inundaba el mercado con la mano de obra barata que eran los esclavos.

Este es uno más de los ejemplos de la vieja Roma y al hilo de todo esto, he pensado en el reciente viaje del Emperador actual por Oriente Medio y la Península Arábiga. El telón de fondo del cuál es el siguiente: una crisis económica, causada por un fraude masivo en el mercado de capitales, que amenaza con mermar el poder de compra de millones de consumidores que pueden quedar empobrecidos, paralizando así la economía. Sencillamente unos pocos demasiado ambiciosos han querido acaparar demasiado y se les ha ido la mano.
Esta situación implicaría una disminución en el consumo de hidrocarburos –y también otros bienes- que perjudicaría los bolsillos de unas determinadas élites, dueñas de los beneficios que generan estos recursos. Todos hemos visto, como los causantes de este fraude han salido perfectamente impunes. Las leyes penales y las leyes del mercado que hubieran determinado la quiebra inminente de algunos bancos, no les han afectado. ¿Y por qué?
Pues la respuesta está también hoy en la colusión de intereses, que pasa por encima de las fronteras. El entramado de relaciones personales y de negocio es bien evidente.
Como se dice vulgarmente, una mano lava la otra mano 
 
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