1 de mayo de 2008

LAS CRÓNICAS DE UNA ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 6.

(...sigue...)
Precisamente un par de meses antes, Róderic, el nuevo Rey, que había sido impuesto en la capital tras una larga elección y con el interesado respaldo de la Iglesia Romana para sentarle en el trono, le había ordenado acudir a apoyarle con su caballería para frenar una nueva incursión de los siempre inquietos vascones. Seguramente, pensaba también en reemplazarle en Tingitania y apartarle de sus tropas, para luego... Táric era un Dux experimentado y no pasó por su mente, ni por un momento, obedecer. Eso podría significar poner su pescuezo bajo el filo del hacha del verdugo. Sus lealtades eran bien otras y conocía como estaba pagando el nuevo monarca, apoyado por la Iglesia del Dios trino, a la gente que había nombrado anteriormente Witiza. Táric y sus soldados godos eran arrianos juramentados que ejercían su credo con libertad en aquella alejada región sin ser realmente molestados. No pensaba en modo alguno exponerse y quedar desprotegido, entregándose en manos de un Rey al que no reconocía y al que consideraba un usurpador. Despidió al primer mensajero, un romano[1] que se conducía orgulloso vestido con carísimas túnicas de seda púrpura a la manera bizantina, asegurándole que así lo haría, que acudiría a las órdenes del Rey en cuanto pudiera reclutar tropas para la campaña. Pero finalmente Róderic acuciado por el nuevo peligro que desbordaba ya los valles cantábricos, tendría que partir de Toleto[2] sin él.
Táric pensó para sí mismo, cínicamente, en aquella playa, viendo ya asomar algunas velas por el horizonte, que él era un hombre que siempre cumplía su palabra y eso bien lo iba a saber Róderic: si dijo que acudiría así lo haría. Por eso, el segundo legado que el Rey le envió para conminarle a partir, ni siquiera tuvo la oportunidad de mostrarse arrogante en su presencia y fue degollado inclementemente por sus guardias, junto con su reducida escolta, en el mismo patio de armas de su residencia, antes de tan siquiera ser recibido. ¡Si algo despreciaba de verdad en este mundo era a esos cortesanos meapilas! Acto seguido, ordenó encerrar en una mazmorra al Obispo católico de Tingis cargándolo de cadenas y llamó a sus lugartenientes para iniciar todos los preparativos para por fin golpear con puño de hierro a los herejes enemigos de su religión.
Había llegado a sus manos la moneda y ciertamente, se dijo, no hay otro parecido a Dios y en su infinita misericordia fiaba ciegamente su destino.

[1] Se les denominaba romanos a lo ciudadanos hispanorromanos, por oposición a los godos y a los hispanos que vivían en sociedades tribales en algunas áreas, sobre todo del norte de la Península.
[2] Toleto es el nombre latino de Toledo, última capital del Reino Visigodo.


(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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