La
vida a veces te da sorpresas. Por aquellas causalidades, he tenido la
oportunidad de empalmar, una detrás de otra, dos lecturas que
aparentemente no tenían nada que ver.
Primero
1984.
George
Orwell la escribió en los últimos días de su vida. Es su novela
póstuma. Un valioso legado de quien, por su trayectoria personal y
sus militancias, conocía muy bien hasta donde podían llegar los
totalitarismos, -fueran del color que fueran-, en sus ansias de
control, aplastando la libertad y la voluntad de los individuos en
aras del poder.
El
protagonista de la novela, Winston Smith, trabaja en el Ministerio
de la Verdad de un siniestro megapaís, dominado por un Partido
único cuyo rostro omnipresente es el “Gran Hermano”,
representación del líder infalible, que todo lo ve, que todo lo
controla.
El
trabajo del desdichado Winston, no es otro que el de manipular la
Historia, cambiar todo documento del pasado que no se adecue a la
verdad, modificando toda referencia, todo rastro, de que las cosas no
sucedieron de acuerdo con la doctrina y los intereses del Partido en
cada momento; una tarea sin fin, una damnatio memoriae
perpetua.
La
obra se encuadra a menudo dentro del género de la ciencia ficción,
pero si sus páginas tienen poco de ciencia, desgraciadamente, aún
menos de ficción. Tan solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y
no haría falta traer a colación casos tan evidentes como Corea del
Norte o China -¡qué fácil y que bonito señalar a los demás allí
lejos!-, cuando tenemos las posaderas sentadas en un país donde
prácticamente todos los medios de comunicación y muchos estómagos
agradecidos que allí trabajan, tienen su partido político y su
equipo de fútbol. O más bien será al revés.
A
continuación cayó en mis manos Oro y dioses del Perú
de Hans Baumann, un relato de Historia y Arqueología, básico para
entender de una manera clara y sencilla las civilizaciones
precolombinas del horizonte cultural peruano…y de rebote, cómo
funcionaban y funcionan los gobiernos totalitarios, de ayer, hoy y de
siempre.
Cuando
lo conquistadores españoles penetraron en el país del Inca
persiguiendo ávidamente su sueño de oro, se encontraron un Imperio
férreamente organizado, con populosas ciudades y buenas vías de
comunicación. Aprovechándose de estas, como un virus que penetra en
el torrente sanguíneo hasta llegar al corazón, golpearon en el
punto más débil, apresando y liquidando a Atahualpa, el último
sucesor del primer Inca, dejando el país paralizado. No en vano con
él se cumplía el arcano número 13 de los Hijos del Sol.
Se
les puede reprochar muchísimos pecados y crímenes imperdonables,
tanto culturales como de lesa humanidad, a los violentos barbudos
“que podían hacer salir rayos de sus manos”, (aunque no
vayamos a pensar que hoy en día Pizarro y sus cómplices tendrían
causa abierta en ningún Tribunal Internacional, pues quedaron del
lado de los vencedores), sin embargo, con el final de una
civilización, llegó también el final de la gran mentira que los
Incas habían impuesto a toda una constelación de pueblos a los que
dominaron, en poco más de doscientos años de expansionismo militar
y de manipulación histórica.
Desde
la selva virgen hasta la costa, en los desiertos costeros y en el
altiplano, los quechuas afianzaron su dominio de manera implacable
mediante la supresión de la identidad política y cultural de los
vencidos. Impusieron su lengua el Runa-Simi, que significa “el
lenguaje de los hombres” y una visión única del mundo y del
pasado, sobre todo a través de la manipulación de la Historia.
Como
todas las tiranías del pasado y del presente, sabían muy bien que
el miedo no sería suficiente para perdurar y les fue imprescidible
controlar las mentes de sus súbditos. Y así, los consejeros reales,
llamados amautas, como los legendarios y sabios reyes de una
civilización ya perdida, pretendiendo reescribir la Historia
predicaron a los cuatro vientos:
“En
el principio de las cosas era el Sol. Su hijo, el Inca, creó el
primer reino. Antes de nosotros no hubo nada digno de mención; sólo
por nosotros se convirtieron en hombres los habitantes del Perú,
construyeron casas, plantaron maíz y vivieron en paz.”
Sin embargo quienes esto decían, debían conocer que cuando los caudillos Incas se alzaron en el altiplano, Tiahuanaco a orillas del lago Titikaka, era ya una ciudad de imponentes ruinas, por tanto muy anterior, y que culturas como la Chimu, Nazca, Chapín, Paracas,…, en cuyos solares se impusieron, presentan horizontes culturales que hunden sus raíces más allá de 3.000 años.
Toda
una paradoja allí donde se hallan ciudades de la Edad de Piedra como
Caral, que son consideradas como la “ciudad madre” de la
civilización.
En
definitiva el régimen que implantaron los Incas, presentaba todos
los rasgos represivos y de propaganda propios de un estado
totalitario, incluidas las deportaciones de pueblos enteros de una
punta a otra del Imperio. Sin embargo, la infalibilidad de su
monarca, al que consideraban un dios, fue al final su verdadero talón
de Aquiles.
Lamentablemente,
por esta vez, no fueron los europeos quienes llevaron todo lo malo.
Para
redondear la causalidad, en el libro de Baumann se lee que una de las
estatuas ciclópeas, desenterradas por los arqueólogos en las
primeras excavaciones de Tiahuanaco -centro de una de las culturas
antiquísimas que más influyeron en los Incas- es conocida como “el
Gran Hermano”. ¡Precisamente!
El mayor castigo estipulado para los traidores: encierro con alimañas.
(Del libro del cronista Poma de Ayala, s.XVI)
Para saber más (y mejor):
*Hans Baumann: “Oro y dioses del Perú”.
*George Orwell: “1984”
* Culturas ancestrales del Perú: http://www.naya.org.ar/peru/culturas.htm
1 comentario:
De inicio, leiste un libro de un alemán, asi que esto que dice es su punto de vista, el punto de vista de un europeo, con eso lo digo todo...
Ahora, que los incas hayan o no hayan sido totalitarios, nada tiene que ver con el saqueo, robo extremo, devastamiento, asesinatos, enfermedades, etc, etc., que llevaron los españoles a Latinoamerica. Son dos cosas totalmente diferentes, empezando porque los gallegos no tenian qué hacer en tierras ajenas y menos quedarse a realizar tantas atrocidades.
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