La
estrecha relación de interdependencia que se establecería a partir
del Neolítico entre los hombres y las especies vegetales que fue
domesticando, hunde sus raíces en el largo periodo en que los
cazadores y recolectores del paleolítico fueron cimentando su sólido
conocimiento del entorno inmediato. Fuente de todos los recursos
precisos para la supervivencia, era esencial conocer tanto los
animales, como los minerales y los vegetales. Las plantas
concretamente, no eran tan solo una fuente de recursos alimenticios
con la que complementar la dieta cárnica –o más bien al
contrario-, sino que también ofrecían a las poblaciones humanas
valiosos recursos, como materiales de construcción para hacer sus
cabañas, combustible, pigmentos para decorar sus cuerpos, palos para
hacer herramientas y útiles, e incluso medicinas y substancias
alucinógenas para sus ritos.
Con
el cambio climático del Holoceno, se desplegaron ante el ser humano
de muchas regiones de la Tierra, todo un abanico de especies, que
formaban variados ecosistemas de bosques, selvas y praderas. En ellos
el hombre tuvo que encontrar alternativas a la necesidad causada por
la desaparición de la mega-fauna glaciar, que había sido su
principal sustento durante largas eras. La mayor biodiversidad
accesible por un lado, y en otros casos la suficiente concentración
de algunas especies, hicieron a las comunidades humanas
post-paleolíticas, plantearse dos estrategias de acción:
(1)
Ampliar la gama de recursos aprovechables o
(2)
Concentrarse en unos pocos recursos, generalmente abundantes
estacionalmente.
Esto
provocó que el hombre empezara a actuar, sobre unas pocas especies,
que cumplían unos determinados requisitos. La propia actuación
humana, primeramente de mera recolección, luego de control, y luego
de cultivo, pudo provocar de manera involuntaria, que se
seleccionaran determinadas características, deseables para los seres
humanos y que estas fueran las que se fueran traspasando a las
generaciones posteriores de esas especies. Hubo de suceder así, por
ejemplo con la secuencia de aumento de tamaño de las mazorcas de
maíz en Suramérica, o la resistencia de las espigas de trigo: en
este último caso el hecho de que no se desgranaran con facilidad y
cayeran al suelo antes aún de que fueran segadas, facilitaba su
recolección y a su vez como estas plantas con espigas más
resistentes eran las que más se recolectaban, fueron a su vez la
simiente de la siguiente siembra.
El
mapa de distribución de los centros de origen de las plantas
cultivadas, muestra que el hombre, en casi todos los ecosistemas
donde tuvo lugar el desarrollo de la economía neolítica, pudo
seleccionar un conjunto de plantas, junto con las cuales desarrolló
los sistemas de cultivo, base de la nueva economía. Así pues, en el
caso concreto de Oriente Próximo, donde cereales como el trigo o la
cebada crecían de manera silvestre, el hombre mesolítico empezó a
recolectar los granos de las espigas y a manipular y almacenar estos
alimentos. Además, las concentraciones extensas de estos cereales,
acabaron causando que el hombre se estableciera, al principio de
forma temporal y periódica, para aprovechar la abundancia estacional
de este recurso. Esto a su vez provocó que se desarrollaran sistemas
de almacenaje, de reparto y control, lo cual termino por sedentarizar
a los grupos humanos, y lo que es muy importante, en la relación
hombre-planta: crear una relación simbiótica, es decir hacerlos
dependientes el uno –para su alimentación- del otro –para su
reproducción.
Asimismo,
las necesidades organizativas derivadas del almacenaje, el reparto y
el control de estos recursos básicos, cambiarían las estructuras
sociales de las bandas de cazadores-recolectores, dando lugar al
nacimiento de un nuevo tipo de sociedad humana, dependiente de otros
recursos y por lo tanto regida por otros parámetros.
Posteriormente,
el hombre en sus desplazamientos a lo largo y ancho del Planeta,
haría de muchas plantas sus compañeros de viaje, implantándolas en
lugares alejados de su zona de distribución original, contribuyendo
a su éxito como especie, llegando así a cubrir zonas que
dificilmente hubieran colonizado por si mismas. No queda claro, en
definitiva, si es el ser humano el que se sirve de estas plantas, o
son estas las que se sirven del hombre, para crecer y multiplicarse.
*Comida y civilización (Alianza Ed.) C. Ritchie
*Al oeste del Edén (Ed. Síntesis) Bernabeu/Aura/Badal
*Los orígenes de la civilización (Ed. Crítica) Ch. L. Redman
1 comentario:
muy interesante. Esta claro que la fascinacion de HPR por los más variados misterios de la historia no tiene limites ni temporales ni geográficos...
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