He
de confesaros un secreto: me gustan los libros sobre delincuentes.
Estos días, sin ir más lejos, me estoy leyendo una novela de este
género y estoy sintiendo el mismo interés que me suscitó en su día
de La Reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte.
Tiene
narices que de todos los libros de Pérez-Reverte que han pasado por
mis manos (y todos he de decir que me han enganchado) sea este,
violento, a ratos sórdido, mi favorito. Quizás sea porque es el más
periodístico del autor, donde se le nota de verdad la casta, la
profesión, que siempre va por dentro.
En
cuanto a mi afición, no sabría bien qué pensar. Me considero una
persona más o menos honrada, que jamás ha cogido nada que no sea
suyo, si exceptuamos, que yo recuerde ahora mismo, un affaire
con una radio de aquellas de baquelita que acabé quedándome
indebidamente. Podéis ver fotografiada la desvergonzada prueba del
delito en uno de mis posts del mes de octubre.
Con
lo que os acabo de contar no encontraréis ahora extraño que de
hablaros de Miguel Ángel, del genio del Renacimiento, pintor,
escultor, arquitecto, en definitiva, Humanista, os refiera una oscura
historia de la etapa más negra de su brillante biografía. Pues el
bueno de Buonarroti, también transitó por el lado salvaje de la
vida.
Para
centrar el tema he echado mano de la Filosofía
del Arte de Taine, que nos disecciona las condiciones
del Arte, en este caso en la Italia del Renacimiento. Lejos de lo que
podríamos suponer, la falta de justicia, el recurso a la fuerza y el
asesinato impregnan el ambiente, no solo político sino también
artístico. Las disputas y pendencias eran frecuentes, lo mismo en
las tabernas, que en los talleres y obradores donde se estaba creando
el mejor arte de la Historia de Europa.
Sin
ir más lejos la nariz rota de Miguel Ángel es un recuerdo
imborrable de una desavenencia con el violento Pietro Torrigiano,
aprendiz como él en la Florencia de Lorenzo el Magnífico y que
también acabaría siendo un famoso escultor. Con posterioridad,
Benvenuto Cellini, discípulo de Miguel Ángel, sería en Roma uno de
los mayores broncas de todo el Renacimiento Italiano. Toda una
saga.
Foto 2: Miguel Ángel con su nariz rota.
Y
es precisamente en Roma, a donde llegó Miguel Ángel en 1496, donde
los Papas y Cardenales se nos perfilan mejor como corruptos Padrinos
sicilianos que como bondadosos Padres de la Iglesia. Tanto su
ambición como su refinamiento, no tenían límites y uno de los
lujos más codiciados eran las obras de arte clásicas, por las que
se pagaban verdaderas fortunas.
Con
uno de estos Príncipes de la Iglesia, el Cardenal Raffaello Riario y
con un tratante de arte poco escrupuloso, topó el joven Miguel Ángel
en su camino hacia la inmortalidad en la Ciudad Eterna. Como carta de
presentación se trajo de su último paso por Florencia una bonita
escultura, el Cupido durmiente y un mal consejo:
“Si
enterraras la escultura y consiguieras hacerla pasar por una
antigüedad, sacarías mucho más dinero por su venta…”.
Así
que el mismo artista o un cómplice, procedieron a enterrar la obra,
realizada según los patrones greco-romanos, en un suelo ácido
durante una temporada, probablemente recubierta por abundante materia
orgánica (mejor no especifiquemos) y una vez conseguida la pátina
apropiada que sólo el paso del tiempo habría depositado de manera
natural en una obra antigua, la hicieron llegar al Cardenal Riario,
el cual pagó un buen dinero por el supuesto hallazgo arqueológico.
Posteriormente
el Cardenal se dio cuenta del timo y reclamó su dinero de vuelta, so
pena de soltar a sus sicarios para limpiar la afrenta. Sin embargo,
apreciando como buen conocedor, el indudable talento (no sólo para
el arte) de Miguel Ángel, le permitió seguir con vida y hasta
quedarse con la parte que cobró por la escultura.
Como
no hay mal que por bien no venga, este embarazoso asunto, que tuvo
gran notoriedad, le abrió al joven escultor las puertas de oro del
Vaticano. No en vano, nadie en aquella época como la Curia Vaticana,
expertos tanto en apreciar todas las Artes como en (perdonar)
pecadillos veniales, para comprender el indudable talento del joven
escultor.
Sin
duda reconocieron en él a uno de los suyos (es decir, de los
nuestros).
Para
saber más (y mejor):
*Enrica
Crispino, Michelangelo,
http://books.google.es/books?id=xy8qxGlF4jcC*Hipólito Taine, Filosofía del Arte.
*Renaissance Forgeries, http://www.museumofhoaxes.com/hoax/Hoaxipedia/Renaissance_Forgeries/
¡Y ahora también Ramón Trecet!, http://historia-por.blogspot.com/2008/10/y-ahora-tambin-ramn-trecet.html
2 comentarios:
Buenas, una puntualización: La reina del sur es de Arturo Pérez Reverte, no de Javier Reverte (sin el pérez).
Un saludo y enhorabuena por el blog, resulta muy interesante.
¡Corregido! Muchísimas gracias Render por tu comentario.
Publicar un comentario