Ya finalizando mi recorrido, justo antes de salir me llamó la atención una antigua lápida fijada en el muro, dedicada a un feligrés fallecido hacia el año 900 ¡todavía con el muy visigótico nombre de Witiza! De todo lo que se pueda explicar de este templo que no es poco, lo que más me impresionó fue descubrir allí mismo su trayectoria histórica, ya que de repente había dado probablemente con la antigua catedral arriana de los godos de Barchinona y como no podía ser de otra manera y por consiguiente, también con la probable mezquita del periodo musulmán. Y soy tan cauteloso ya que probablemente los que vinieron detrás ya se habrían preocupado de disimular las probables huellas de un pasado probablemente repudiado. ¡Sentí que Ignacio Olagüe estaba allí, conmigo, probablemente.
Iglesia
gótica, mezquita islámica, y catedral arriana, como pone bien claro
en la puerta de entrada Domus Dei et porta Coeli al fin y al
cabo, fueron edificadas encima mismo del solar de un templo romano
dedicado a los gemelos Castor y Polux de paternidad incierta, de
divinidad incompleta, y bastante inclinados al asesinato y los
raptos. Por lo que se ve este par de elementos tenían una vida
difícil de explicar, tanto como la propia Historia de los Godos de
los que sería descendiente el feligrés Witiza de la sorprendente
lápida.
Cuando los godos del crepúsculo más concretamente nuestros visigodos, en el agitado siglo V pusieron sus zapatos en la Península Ibérica –zapato podría ser una palabra de origen godo traída por los visigodos en sus pies para designar el calzado cerrado que llevaban-, irrumpieron con fuerza pisoteando la arrogancia de los suevos que de entrada osaron disputarles el dominio sobre la tierra de Spania, y como castigo los confinaron en la lejana e ignota Galicia, condenándolos a padecer lluvias sin fin y melancolía de verdor infinito.
Asimismo, sacaron a patadas de la Historia a los alanos
que tan solo nos dejaron unos antipáticos perros de presa, mientras
que visto lo visto, los vándalos
supervivientes prefirieron poner sus pies en polvorosa y huir a las
por aquel entonces ricas provincias de África del Norte para
empobrecerlas haciendo lo que sabían hacer mejor que nadie y su
nombre propiamente indica: vandalizarlas.
Los godos,
expertos en la navegación fluvial, no eran tan buenos navegantes en
el mar y ya habían sufrido una trágica experiencia previa en
Italia. Creo que esa fue la razón de que no les fueran detrás a los vándalos, y se asentaran finalmente en Hispania una vez vencidos
y hostigados por los francos en las Galias.
La relación
de todos estos bárbaros con los
impetuosos godos venía de lejos -tanto en el espacio como el
tiempo-. No se profesaron precisamente cariño en sus territorios
ancestrales y nuevamente, mira tú qué mala suerte, habían venido a
reencontrarse a muchísimos kilómetros de sus antiguos lares, aquí en Occidente, demostrando una vez más que uno no puede huir de su propia sombra.
Ya fueron viejos conocidos allende las inacabables praderas de
Scitia, al norte del Danubio y al oeste de la esteparia
inmensidad, donde los godos mantuvieron a todos estos pueblos que se
iban asentando entre el Mar Báltico y el Mar Negro casi siempre bajo
control, a excepción del breve paréntesis de dominio de los hunos,
corto, de poca relevancia, quizás demasiado inflado por el terror
que inspiraron y la historiografía romana, y a los que también, finalmente, los godos pudieron vencer y empujar más allá de
las fronteras del nunca jamás.
Hasta no
hace mucho, en los manuales escolares, el temario sobre los visigodos
parecía estar bien fosilizado en la ínclita lista de sus reyes y
en cuatro verdades dogmáticas a cerca de su origen, su trayectoria y
el final de su reino –cuanto menos difícil de creer- a manos de
una supuesta blitz-krieg árabe. Pero a día de hoy, todo o casi todo
sobre los visigodos ya ha sido puesto en duda y vuelto del revés
como un calcetín, convirtiendo el devenir de estos presuntos
bárbaros en un verdadero misterio
histórico.
De repente,
el remoto origen de este pueblo ya no estaría en Escandinavia, ni su
lengua ni su raza ni siquiera serían germánicas, y en cuanto al
número de los invasores que irrumpieron en Hispania, esto sí,
continúa estirándose como un chicle entre unos pocos miles de
guerreros con sus familias y una marea incontenible de más cien mil
hombres en armas. Ahora de repente, ni siquiera nunca fueron tan
bárbaros como pudo parecer ¡e incluso ni las pocas iglesias de
atribución indubitable al periodo han sido respetadas como tales!
Y a todo
esto, justo al día siguiente de haber entrado en tan evocadora
iglesia tuve a bien pasar por mi biblioteca habitual y allí ¡oh
causalidad! volví a darme de bruces con los godos y la herejía, ya
que encontré un libró que llevaba tiempo que quería leer. Es uno
de los textos que más ha contribuido a esta tormenta de ideas
histórica: Los Godos,
de Juraté Rosales.
La autora,
lituana afincada en Venezuela, sostiene que los godos no eran
germanos, sino bálticos como los
actuales lituanos y letones, pertenecientes a la más antigua cultura
indoeuropea con más de tres mil años de antigüedad. Este pueblo
habría forjado un peculiar imperio basado en el comercio fluvial y
en el poderío militar, y fue el verdadero cancerbero de Europa,
bloqueando y modulando, desde sus territorios étnicos de Prusia a
Bielorusia y Letonia, las periódicas invasiones asiáticas que se
cernían sobre nuestro continente desde la noche de los tiempos hasta
la Edad Moderna.
Y
diciendo todo esto sé que me estoy tirando de cabeza al río y no a
cualquier río sino a alguno de los grandes ríos (el Volga, el Don,
el Dnieper, el Daugaba,…) que naciendo todos en la estratégica
Meseta de Valdái
les brindaron a los godos vías de acceso rápidas y directas sobre
cuatro mares, para comerciar o intervenir militarmente según
conviniera, en Escandinavia y Europa del Norte, Asia Central, el
Cáucaso, los Balcanes, y por ende en el Mediterráneo.
Las claves
de esta apasionante teoría, estarían ocultas más cerca de nosotros
de lo que pudiéramos imaginar: en nuestro propio idioma español,
que conserva rasgos comunes con el antiguo idioma báltico de prusia,
y en una antigua crónica escrita en el siglo XIII por un rey sabio,
hijo de un rey santo y que casi nadie lee con el debido
criterio. Se trata de la Grande e general
Estoria, redactada por Alfonso
X el Sabio, y que a la luz de los más recientes
descubrimientos arqueológicos, su literalidad, puesta en duda, se va
viendo plenamente confirmada.
Bueno, a
todo esto queda claro que tratándose de los godos que en sus tierras
fueron el último pueblo pagano de Europa, y que en las nuestras
fueron herejes todo lo que pudieron, mis preferencias históricas se
inclinan claramente por la heterodoxia, por la herejía incluso. No
me arrepiento para nada y no voy a decir que lo siento, es que sin
estas cosas la Historia no me parecería tan entretenida.
*Jurate Statkuté de Rosales: Los
Godos, Editorial Ariel
*Grande e general Estoria, Alfonso X el Sabio,
referencia:
http://www.leabooks.com/LEA-Spanish%20Pages/Literatura/Paginas%20de%20Autor/Alfon%20X%20El%20Sabio/Alfonso%20X.htm