22 de agosto de 2009

Santa Coloma, barrio del Fondo: la resurrección de Al-Andalus.

Aguamanil, bronce, S.X. Museo del Louvre.
 
Por unos días he regresado a casa de mi Madre, en Sta. Coloma de Gramanet. Esta mañana, mientras desayunaba, estuve ojeando el tomo nº 10 de La España románica, escrito por Jacques de Fontaine hace ya más de treinta años y dedicado al arte mozárabe, de tan difícil definición y acotación.
En el interesante capitulo dedicado a las artes menores, puede palparse el movimiento de los objetos, las técnicas, y las ideas a través de unas fronteras permeables que iban desde la lejana Persia hasta llegar a la muy medieval Europa del siglo X, recorriendo por tierra y por mar los tres continentes del Viejo Mundo.
Y a Poniente, la estación final de todas las rutas era Al-Andalus.
De uso cotidiano o de lujo, telas, arquetas de marfil, aguamaniles de bronce…, hoy se exponen a nuestra vista en museos como el de la Colegiata de San Isidoro de León, o en el mismísimo Louvre. Entraban en los países cristianos a través de las arterias del comercio o la rapiña de la guerra. De lo más curioso es constatar que en el trayecto, trastocado el entorno cultural y religioso, objetos de tocador cordobeses hubiesen sido utilizados como ornatos litúrgicos en alguna iglesia de algún monasterio perdido.



Pues bueno, no es que se encuentre nada mozárabe, ni tan siquiera románico, en la populosa ciudad de Santa Coloma de hoy en día, pero a unos diez minutos escasos de mi tardío desayuno he podido trasladarme mil años en el tiempo. He podido caminar por la resurrección de Al-Andalus en pleno siglo XXI. Con la misma sensación que pudiera sentir un predicador nestoriano o un comerciante varego en un zoco de la Ruta de la Seda, he merodeado, sintiéndome extranjero en un mundo lleno de colores, objetos, y lenguajes exóticos.
En el barrio del Fondo hoy conviven y sobre todo comercian, junto con los españoles meridionales de antaño (de remoto origen califal), chinos de todas las razas del lejano Oriente, todas las etnias del sub-continente indio desde Pakistán a Bangladesh (sin olvidar, por supuesto a nuestros gitanos) y gentes de todo el ancho Magreb y de más allá.
En tienduchas totalmente rotuladas en chino pueden encontrarse los últimos modelos de teléfonos móviles o de ordenadores compactos, que se venden en un totum revolutum junto con revistas y comics manga y con quién sabe qué otras cosas que pudieran salir de las siempre atestadas trastiendas. La verdad es que llegan a poder hacerse buenos negocios, pues en una de estas, una vez vencida la timidez inicial para penetrar en tan arcano mundo, pude encontrar una batería para mi viejo móvil imposible de conseguir.


Y hablando de chinos, también se dan procesos de transmutación cultural curiosos, trastocado asimismo, el entorno cultural y religioso, como decíamos más arriba. Y el fenómeno acontece por toda la jurisdicción de los Condes de Barcelona, y ocurre en lugares tan triviales como son los bares. Los bares de toda la vida, donde se sirven las mismas cervezas y los mismos vinos, e incluso las mismas tapas. Donde se juegan las mismas eternas partidas de dominó y de cartas. Con el mismo olor a tabaco y a fritanga rebozada (por cierto no olvidemos la tempura), sin cambiar ni siquiera una silla ni descolgar un cuadro, ahora han sido comprados y son atendidos por ¡chinos!, que los mantienen y los continúan tal cual estaban.


Seguramente han dado por saturado el nicho comercial de los restaurantes de comida china, la mayoría sospechosamente vacíos y van tomando posiciones en este nuevo negocio según los antiguos propietarios se van jubilando. Y lo bueno es que a los clientes no parece importarles en absoluto, pues son los mismos paisanos de siempre.
¡Cómo han cambiado la cosas!, en mi niñez el único oriental que podías ver por aquí era mi profesor coreano de taekwon-do, el señor Lee.
Llevaba tiempo con la pluma seca, y la verdad es que paseando por ese bazar me ha vuelto a entrar la emoción de escribir.









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