4 de diciembre de 2011

Los Godos, Grande e desconocida Estoria.

Una vez más como en otros posts que por este blog encontraréis, me ha empujado la causalidad a establecer extrañas relaciones. Hace un par de semanas sin planearlo en absoluto, por primera vez el destino me franqueó la entrada a la que sin duda debe ser la iglesia más misteriosa de toda la ciudad de Barcelona: la Parroquia de los Santos Mártires Justo y Pastor, gótica como otras y en pleno Barrio Gótico, pero que siempre me encontraba cerrada. Digo yo que por algo sería.



Ya finalizando mi recorrido, justo antes de salir me llamó la atención una antigua lápida fijada en el muro, dedicada a un feligrés fallecido hacia el año 900 ¡todavía con el muy visigótico nombre de Witiza! De todo lo que se pueda explicar de este templo que no es poco, lo que más me impresionó fue descubrir allí mismo su trayectoria histórica, ya que de repente había dado probablemente con la antigua catedral arriana de los godos de Barchinona y como no podía ser de otra manera y por consiguiente, también con la probable mezquita del periodo musulmán. Y soy tan cauteloso ya que probablemente los que vinieron detrás ya se habrían preocupado de disimular las probables huellas de un pasado probablemente repudiado. ¡Sentí que Ignacio Olagüe estaba allí, conmigo, probablemente.


Iglesia gótica, mezquita islámica, y catedral arriana, como pone bien claro en la puerta de entrada Domus Dei et porta Coeli al fin y al cabo, fueron edificadas encima mismo del solar de un templo romano dedicado a los gemelos Castor y Polux de paternidad incierta, de divinidad incompleta, y bastante inclinados al asesinato y los raptos. Por lo que se ve este par de elementos tenían una vida difícil de explicar, tanto como la propia Historia de los Godos de los que sería descendiente el feligrés Witiza de la sorprendente lápida.





            Cuando los godos del crepúsculo más concretamente nuestros visigodos, en el agitado siglo V pusieron sus zapatos en la Península Ibérica –zapato podría ser una palabra de origen godo traída por los visigodos en sus pies para designar el calzado cerrado que llevaban-, irrumpieron con fuerza pisoteando la arrogancia de los suevos que de entrada osaron disputarles el dominio sobre la tierra de Spania, y como castigo los confinaron en la lejana e ignota Galicia, condenándolos a padecer lluvias sin fin y melancolía de verdor infinito.
Asimismo, sacaron a patadas de la Historia a los alanos que tan solo nos dejaron unos antipáticos perros de presa, mientras que visto lo visto, los vándalos supervivientes prefirieron poner sus pies en polvorosa y huir a las por aquel entonces ricas provincias de África del Norte para empobrecerlas haciendo lo que sabían hacer mejor que nadie y su nombre propiamente indica: vandalizarlas.


Los godos, expertos en la navegación fluvial, no eran tan buenos navegantes en el mar y ya habían sufrido una trágica experiencia previa en Italia. Creo que esa fue la razón de que no les fueran detrás a los vándalos, y se asentaran finalmente en Hispania una vez vencidos y hostigados por los francos en las Galias.
La relación de todos estos bárbaros con los impetuosos godos venía de lejos -tanto en el espacio como el tiempo-. No se profesaron precisamente cariño en sus territorios ancestrales y nuevamente, mira tú qué mala suerte, habían venido a reencontrarse a muchísimos kilómetros de sus antiguos lares, aquí en Occidente, demostrando una vez más que uno no puede huir de su propia sombra. Ya fueron viejos conocidos allende las inacabables praderas de Scitia, al norte del Danubio y al oeste de la esteparia inmensidad, donde los godos mantuvieron a todos estos pueblos que se iban asentando entre el Mar Báltico y el Mar Negro casi siempre bajo control, a excepción del breve paréntesis de dominio de los hunos, corto, de poca relevancia, quizás demasiado inflado por el terror que inspiraron y la historiografía romana, y a los que también, finalmente, los godos pudieron vencer y empujar más allá de las fronteras del nunca jamás.


Hasta no hace mucho, en los manuales escolares, el temario sobre los visigodos parecía estar bien fosilizado en la ínclita lista de sus reyes y en cuatro verdades dogmáticas a cerca de su origen, su trayectoria y el final de su reino –cuanto menos difícil de creer- a manos de una supuesta blitz-krieg árabe. Pero a día de hoy, todo o casi todo sobre los visigodos ya ha sido puesto en duda y vuelto del revés como un calcetín, convirtiendo el devenir de estos presuntos bárbaros en un verdadero misterio histórico.
De repente, el remoto origen de este pueblo ya no estaría en Escandinavia, ni su lengua ni su raza ni siquiera serían germánicas, y en cuanto al número de los invasores que irrumpieron en Hispania, esto sí, continúa estirándose como un chicle entre unos pocos miles de guerreros con sus familias y una marea incontenible de más cien mil hombres en armas. Ahora de repente, ni siquiera nunca fueron tan bárbaros como pudo parecer ¡e incluso ni las pocas iglesias de atribución indubitable al periodo han sido respetadas como tales!


Y a todo esto, justo al día siguiente de haber entrado en tan evocadora iglesia tuve a bien pasar por mi biblioteca habitual y allí ¡oh causalidad! volví a darme de bruces con los godos y la herejía, ya que encontré un libró que llevaba tiempo que quería leer. Es uno de los textos que más ha contribuido a esta tormenta de ideas histórica: Los Godos, de Juraté Rosales.
La autora, lituana afincada en Venezuela, sostiene que los godos no eran germanos, sino bálticos como los actuales lituanos y letones, pertenecientes a la más antigua cultura indoeuropea con más de tres mil años de antigüedad. Este pueblo habría forjado un peculiar imperio basado en el comercio fluvial y en el poderío militar, y fue el verdadero cancerbero de Europa, bloqueando y modulando, desde sus territorios étnicos de Prusia a Bielorusia y Letonia, las periódicas invasiones asiáticas que se cernían sobre nuestro continente desde la noche de los tiempos hasta la Edad Moderna.
Y diciendo todo esto sé que me estoy tirando de cabeza al río y no a cualquier río sino a alguno de los grandes ríos (el Volga, el Don, el Dnieper, el Daugaba,…) que naciendo todos en la estratégica Meseta de Valdái les brindaron a los godos vías de acceso rápidas y directas sobre cuatro mares, para comerciar o intervenir militarmente según conviniera, en Escandinavia y Europa del Norte, Asia Central, el Cáucaso, los Balcanes, y por ende en el Mediterráneo.
Las claves de esta apasionante teoría, estarían ocultas más cerca de nosotros de lo que pudiéramos imaginar: en nuestro propio idioma español, que conserva rasgos comunes con el antiguo idioma báltico de prusia, y en una antigua crónica escrita en el siglo XIII por un rey sabio, hijo de un rey santo y que casi nadie lee con el debido criterio. Se trata de la Grande e general Estoria, redactada por Alfonso X el Sabio, y que a la luz de los más recientes descubrimientos arqueológicos, su literalidad, puesta en duda, se va viendo plenamente confirmada.
Bueno, a todo esto queda claro que tratándose de los godos que en sus tierras fueron el último pueblo pagano de Europa, y que en las nuestras fueron herejes todo lo que pudieron, mis preferencias históricas se inclinan claramente por la heterodoxia, por la herejía incluso. No me arrepiento para nada y no voy a decir que lo siento, es que sin estas cosas la Historia no me parecería tan entretenida.


Para saber más (y mejor):
*Jurate Statkuté de Rosales: Los Godos, Editorial Ariel
*Grande e general Estoria, Alfonso X el Sabio, referencia:
http://www.leabooks.com/LEA-Spanish%20Pages/Literatura/Paginas%20de%20Autor/Alfon%20X%20El%20Sabio/Alfonso%20X.htm