14 de septiembre de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 22.

(...sigue...)

-Sé lo que estáis pensando los dos –dijo Oppas por fin, rompiendo con su voz cascada el espeso silencio que dominaba la cocina-, sólo os pido en nombre de la amistad que nos une, tres cosas: una estancia segura para pasar no más de una noche a recaudo, una jarra de vino para calentar mi estómago e iluminar mi cabeza antes de entregarme al sueño que tanto necesito y por último…
-¿Por último? –Preguntó Eulalia intrigada y a la vez suspicaz, sorprendida por el aplomo del Obispo ante un panorama tan aciago.
Oppas extrajo una moneda y cogiéndola por el borde, mostrándola a los ojos de la sorprendida pareja, se la entregó a Eulalia.
-Házsela llegar a mi cuñado Táric de Tingis. Él comprenderá el mensaje y nos ayudará.
Había algo que muy poca gente sabía, y era el acuerdo secreto al que había llegado Oppas con el Dux Táric de Tingis, que en su momento podría acudir a la Península, con unos refuerzos preciosos. Las tropas que aportaría para apoyar la rebelión, aunque pequeñas en número, contaban con una enorme ventaja respecto a las mesnadas de siervos que podían ofrecer los partidarios de Róderic: que en su mayoría estaban formadas por hombres libres que lucharían espoleados, no por el temor a la caricia del látigo sobre sus espaldas, sino por algo mucho más estimulante para cualquier hombre que la brutal punzada del dolor. Y esto es el ansia de botín, que satisface y sacia la ambición.
Oppas confiaba en que sus socios judíos encontrarían la manera de entregarle la moneda a Táric con celeridad. Contaban con muchos partidarios, no sólo entre arrianos y judíos, sino también entre los de otras confesiones; gnósticos, priscilianistas, paganos, eran igualmente reprimidos. Asimismo conminó al Rabino a preparar una fuerte suma de dinero en metálico, si querían a pesar de todo salvar sus haciendas, sus vida incluso. El país estaba asolado por el clima extremo y extemporáneo, las malas cosechas extendían el hambre y la peste había irrumpido en muchas ciudades que iban quedando desiertas cuando las gentes huían buscando refugio. El descontento señoreaba el reino y las facciones políticas llevaban tiempo enfrentándose sangrientamente entre sí, reclutando a los muchos descontentos y aprovechando el vacío de poder desde la muerte del Rey Witiza para ajustar viejas cuentas pendientes. La situación era de auténtica rebelión y guerra civil.
El Rabino permanecía callado. Era un hombre de pocas palabras y su rostro, oculto por demás por una espesa barba ya canosa, no dejaba traslucir qué pasaba por su mente en esos momentos. Sin duda calculaba. Siempre le había sorprendido lo rápido que Oppas decidía y actuaba, era como una ballesta cuya cuerda tensa disparaba el dardo, sin embargo él estaba acostumbrado a pensar bien las cosas antes de implicarse. No gustaba de comprometerse sin estar bien seguro, ni podía soportar a aquellos que hablaban a la ligera. Finalmente rompió su silencio:
-Enviaré hasta Gades la moneda –dijo por fin Shimón-, desde allí pasará el mar hasta Tingis.
-Envía también bolsas con abundante oro –le ordenó Oppas-, para los navegantes de las Columnas de Hércules. Necesitaremos de sus servicios y sólo cobran en oro cuando ponen en juego su vida. Y añadió:
-Y por Dios, servidme de una vez el vino, necesito ahogar mi miedo.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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