5 de octubre de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 24.

(...sigue...)


De momento debía acogerse a sagrado. Era la única posibilidad que tenía de salvar el pellejo por ahora. Nadie osaría asesinar al Obispo en su Sede, bajo el techo de una iglesia. En cualquier iglesia por pequeña que ésta fuera, sería intocable. Salvado este primer escollo, desde allí podría enviar un mensajero para proponer un pacto. Mientras, Táric tendría tiempo de prepararse y cruzar el Estrecho. Con el resto de los magnates del Reino no sería posible contar. Por ahora. Eran hombres prudentes, viejos zorros taimados, que no gustaban de jugar a los dados, pensaba Oppas, mientras se iba relajando.
Se arrebujó con su capote, venciéndose sobre la alfombra de lino crudo, bastante deshilachada en los bordes y entrecerró los ojos, dejando tan solo colarse por la cortina de sus párpados la luz ahora hiriente del invicto sol naciente, que penetraba por los ventanucos orientados directamente al Este. El piso de tablas crujió ligeramente cuando giró sobre su espalda para apoyarse sobre su hombro izquierdo y quedar cara a la pared, en posición fetal, acurrucado. Ispali se desperezaba, con su Obispo forzosamente alojado en la judería, en casa del Rabino.
En esencia, pensaba Oppas cayendo en el sopor del sueño demorado, recogiéndose dentro de sí, olvidado de su cuerpo cansado, tanto para ellos como para los arrianos, sólo Dios era Dios. Tan solo un Dios, ni Hijo, ni Espíritu Santo de una monstruosa trinidad politeísta.
Y se durmió dándole vueltas a esta idea, a la Unidad, principio y fin, recitada como un salmo, mientras pensaba que al final todo eran ramas del mismo árbol.


(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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