21 de septiembre de 2008

El “Gran Hermano” precolombino: Orwell y la gran mentira Inca.


La vida a veces te da sorpresas. Por aquellas causalidades, he tenido la oportunidad de empalmar, una detrás de otra, dos lecturas que aparentemente no tenían nada que ver.


Primero 1984.
George Orwell la escribió en los últimos días de su vida. Es su novela póstuma. Un valioso legado de quien, por su trayectoria personal y sus militancias, conocía muy bien hasta donde podían llegar los totalitarismos, -fueran del color que fueran-, en sus ansias de control, aplastando la libertad y la voluntad de los individuos en aras del poder.
El protagonista de la novela, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad de un siniestro megapaís, dominado por un Partido único cuyo rostro omnipresente es el “Gran Hermano”, representación del líder infalible, que todo lo ve, que todo lo controla.
El trabajo del desdichado Winston, no es otro que el de manipular la Historia, cambiar todo documento del pasado que no se adecue a la verdad, modificando toda referencia, todo rastro, de que las cosas no sucedieron de acuerdo con la doctrina y los intereses del Partido en cada momento; una tarea sin fin, una damnatio memoriae perpetua.


La obra se encuadra a menudo dentro del género de la ciencia ficción, pero si sus páginas tienen poco de ciencia, desgraciadamente, aún menos de ficción. Tan solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y no haría falta traer a colación casos tan evidentes como Corea del Norte o China -¡qué fácil y que bonito señalar a los demás allí lejos!-, cuando tenemos las posaderas sentadas en un país donde prácticamente todos los medios de comunicación y muchos estómagos agradecidos que allí trabajan, tienen su partido político y su equipo de fútbol. O más bien será al revés.


A continuación cayó en mis manos Oro y dioses del Perú de Hans Baumann, un relato de Historia y Arqueología, básico para entender de una manera clara y sencilla las civilizaciones precolombinas del horizonte cultural peruano…y de rebote, cómo funcionaban y funcionan los gobiernos totalitarios, de ayer, hoy y de siempre.


Cuando lo conquistadores españoles penetraron en el país del Inca persiguiendo ávidamente su sueño de oro, se encontraron un Imperio férreamente organizado, con populosas ciudades y buenas vías de comunicación. Aprovechándose de estas, como un virus que penetra en el torrente sanguíneo hasta llegar al corazón, golpearon en el punto más débil, apresando y liquidando a Atahualpa, el último sucesor del primer Inca, dejando el país paralizado. No en vano con él se cumplía el arcano número 13 de los Hijos del Sol.


Se les puede reprochar muchísimos pecados y crímenes imperdonables, tanto culturales como de lesa humanidad, a los violentos barbudos “que podían hacer salir rayos de sus manos”, (aunque no vayamos a pensar que hoy en día Pizarro y sus cómplices tendrían causa abierta en ningún Tribunal Internacional, pues quedaron del lado de los vencedores), sin embargo, con el final de una civilización, llegó también el final de la gran mentira que los Incas habían impuesto a toda una constelación de pueblos a los que dominaron, en poco más de doscientos años de expansionismo militar y de manipulación histórica.
Desde la selva virgen hasta la costa, en los desiertos costeros y en el altiplano, los quechuas afianzaron su dominio de manera implacable mediante la supresión de la identidad política y cultural de los vencidos. Impusieron su lengua el Runa-Simi, que significa “el lenguaje de los hombres” y una visión única del mundo y del pasado, sobre todo a través de la manipulación de la Historia.
Como todas las tiranías del pasado y del presente, sabían muy bien que el miedo no sería suficiente para perdurar y les fue imprescidible controlar las mentes de sus súbditos. Y así, los consejeros reales, llamados amautas, como los legendarios y sabios reyes de una civilización ya perdida, pretendiendo reescribir la Historia predicaron a los cuatro vientos:
En el principio de las cosas era el Sol. Su hijo, el Inca, creó el primer reino. Antes de nosotros no hubo nada digno de mención; sólo por nosotros se convirtieron en hombres los habitantes del Perú, construyeron casas, plantaron maíz y vivieron en paz.

Sin embargo quienes esto decían, debían conocer que cuando los caudillos Incas se alzaron en el altiplano, Tiahuanaco a orillas del lago Titikaka, era ya una ciudad de imponentes ruinas, por tanto muy anterior, y que culturas como la Chimu, Nazca, Chapín, Paracas,…, en cuyos solares se impusieron, presentan horizontes culturales que hunden sus raíces más allá de 3.000 años.
Toda una paradoja allí donde se hallan ciudades de la Edad de Piedra como Caral, que son consideradas como la “ciudad madre” de la civilización.


En definitiva el régimen que implantaron los Incas, presentaba todos los rasgos represivos y de propaganda propios de un estado totalitario, incluidas las deportaciones de pueblos enteros de una punta a otra del Imperio. Sin embargo, la infalibilidad de su monarca, al que consideraban un dios, fue al final su verdadero talón de Aquiles.


Lamentablemente, por esta vez, no fueron los europeos quienes llevaron todo lo malo.


Para redondear la causalidad, en el libro de Baumann se lee que una de las estatuas ciclópeas, desenterradas por los arqueólogos en las primeras excavaciones de Tiahuanaco -centro de una de las culturas antiquísimas que más influyeron en los Incas- es conocida como “el Gran Hermano”. ¡Precisamente!

El mayor castigo estipulado para los traidores: encierro con alimañas.
(Del libro del cronista Poma de Ayala, s.XVI)


Para saber más (y mejor):
*Hans Baumann: “Oro y dioses del Perú”.
*George Orwell: “1984”
* Culturas ancestrales del Perú:
http://www.naya.org.ar/peru/culturas.htm

1 comentario:

Anónimo dijo...

De inicio, leiste un libro de un alemán, asi que esto que dice es su punto de vista, el punto de vista de un europeo, con eso lo digo todo...

Ahora, que los incas hayan o no hayan sido totalitarios, nada tiene que ver con el saqueo, robo extremo, devastamiento, asesinatos, enfermedades, etc, etc., que llevaron los españoles a Latinoamerica. Son dos cosas totalmente diferentes, empezando porque los gallegos no tenian qué hacer en tierras ajenas y menos quedarse a realizar tantas atrocidades.