31 de agosto de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 23.


(...sigue...)

Por fin Oppas pudo recogerse en una buhardilla de la casa, cuyos ventanucos daban sobre la bóveda de la propia Sinagoga. Depositó su jarra de vino y una copa, ambos de barro tosco, sobre una mesita baja, y se sentó sobre la estera de lino del suelo apoyando su espalda en la pared fresca de piedra, encalada de blanco. En el silencio de la madrugada que despuntaba se escuchaba el borboteo de la fuente que brotaba enfrente de la entrada principal de la basílica judaica. Los primeros rayos del sol del nuevo día se colaban por las pequeñas aberturas rasgando las sombras de la cámara. El Obispo por fin a solas se relajó y paseó su mirada por la pared que tenía enfrente, esta sí, adornada con frescos de vivos colores, rojizos, verdes y azulados ahora tenuemente iluminados por la luz del nuevo día. Ninguna figuración humana, un árbol de la vida de tronco de duras escamas como las de los peces y hojas de palmera y un candelabro de siete brazos. Estrellas doradas, radiantes en un cielo azul oscuro y símbolos e inscripciones en hebreo ininteligibles para él. Sin embargo lo más llamativo era un recuadro grande que bajo las estrellas pintadas enmarcaba dos pájaros, que situados en oposición uno sobre el otro, se mordían sus respectivas colas formando una especie de oroborus emplumado. Tenía la particularidad que si bien el de arriba parecía volar, el de abajo no extendía sus alas, colgando pesado del que intentaba levantar el vuelo. El fondo del cuadro era de color rojo. Rojo como el azufre rojo que roído por el fuego representa las pasiones, las ambiciones y los deseos.
Escanció vino y se tomó el primer vaso de golpe. Estaba sediento, pero no era su intención calmar la sed, sino aquietar su mente para pensar más claro. Se sirvió un segundo vaso y este sí, lo saboreó más despacio, mirando la pintura para distraerse, sin tratar de comprenderla ni juzgarla, tan solo apreciando los colores, el esquema, las figuras. Sin más. Era un vino joven, ligeramente aguado, sin matices. Agradeció que no fuera demasiado ácido y que estuviera fresco en la vasija de barro. Empezó a pensar en su situación, sopesando si no sería mejor idea tratar de huir de Ispali cuanto antes, cosa ésta que ya había descartado, pues en su plan ya tenía decidido quedarse para ganar tiempo. Sin embargo se jugaba ciertamente la vida, poniéndose en manos de sus enemigos. Era como si el pájaro de abajo no dejara volar al de arriba, pensó mirando la escena pintada.
De joven en la milicia, gustaba de jugar a los dados y había llegado a apostar grandes bolsas en las partidas nocturnas que solían organizarse en los campamentos, ahora iba a apostar su cuello en una jugada arriesgada que pocos se atreverían a realizar.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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