22 de junio de 2008

LAS CRÓNICAS DE UN ASUNTO CASI OLVIDADO. Parte 13.

(...sigue...)

Cuando se levantaron de la mesa para salir, el bullicio de la taberna y el sentirse en un entorno inseguro para un personaje de su alcurnia, aguzaron por un momento los sentidos de Oppas, a pesar de que ya comenzaba a estar cansado. El Obispo había sido en su juventud un soldado como casi todos los aristócratas godos, y la edad y la vida muelle no habían adormecido sus viejos instintos. Una punzada en la boca del estómago, como una incómoda náusea le puso en alerta instantes antes de poner sus pies en la calle: caminaba detrás de Damián aturdido por la música disonante, las risotadas y el griterío de la tasca, cuando percibió, más que vio, que dos hombres barbados, sentados en una mesa situada a la derecha de la puerta de entrada, miraban disimuladamente a éste al pasar. Salieron, el frío de la calle golpeó su rostro, y su mente comenzó a analizar, sin que su cuerpo dejara de moverse en pos de su siervo, que le hacía de improvisado Caronte por aquel infierno de oscuras y estrechas calles. Al doblar la primera esquina del laberinto de callejas hispalenses, algo dentro de sí le decía que aquellos hombres y Damián se habían intercambiado una breve y fugaz mirada, llena de significado. Todo y que no podía estar racionalmente seguro, pues caminaba situado a su espalda, su mente no paraba. Una inquietante idea se abría paso en su cabeza. La angustia amarga del estómago ascendió a su garganta quemándole y empezó a sentirse como una bestia acorralada. Sudaba bajo el grueso capote que ahora le molestaba y todo su cuerpo se tensó con el escalofrío que precede al impulso casi irrefrenable de la huida. En ese momento oyó como la puerta de la taberna se había abierto y unos apresurados pasos se acercaban cada vez más en pos de ellos. En pos de él.
-Damián… -su voz salió como un vagido sordo, apagado pero profundo.
Éste se paró, giró, y su mirada de odio vengativo, largo tiempo contenido, su boca torcida en un rictus de dientes apretados con rabia, no necesitaban de más análisis para interpretar la traición.
Oppas retrocedió, impulsado por el miedo, con el rostro demudado. Los dos hombres de la taberna ya les habían alcanzado pero contrariamente a lo que se podía esperar, la confirmación de la encerrona, el haberlo en cierto modo previsto, le calmaron y templaron los nervios.
-Arrodillaos, Eminencia. Voy a degollaros.

(continuará...)

*Si lo deseas, puedes leer por orden de aparición las partes anteriores publicadas de la novela, seleccionando "Las crónicas de un asunto casi olvidado" bajo el epígrafe TEMAS TRATADOS de la barra lateral izquierda.

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